: Anjel Lertxundi
: Vida y otras dudas
: Alberdania
: 9788498681956
: 1
: CHF 5.60
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 268
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Han pasado ya cuarenta años desde que Anjel Lertxundi publicara su primer libro. En el presente ensayo fragmentario, su mirada y su memoria se pasean por esa larga trayectoria literaria, y el viaje, como quería Kavafis, resulta fructífero. En breves textos concebidos como las teselas de un mosaico, el autor da forma a un balance general de su oficio de vivir, íntimamente vinculado al de escribir. Reflexiones, glosas y recuerdos infantiles y de la edad adulta conviven en estas páginas, y en apacible armonía, con citas extraídas de la más íntima biblioteca del autor.

Al final, queda la memoria


No me acuerdo de quién escribió aquella inolvidable frase, que no recuerdo exactamente, acerca de la memoria.

Joxerra Garzia

Que las piernas no te obedezcan, bueno, también los músculos envejecen. Pero ¿que no te obedezcan las palabras? ¡No sabes lo que es eso!

(Un conocido al que le diagnosticaron
Alzheimer)

Geiser vive solo, envejece, teme perder la memoria. Para que no le ocurra tal cosa, Geiser, protagonista de la novela de Max FrischEl hombre aparece en el Holoceno, comienza a anotar en trozos de papel lo que le parece digno de mención. En esos papeles apunta lo que lee, sus reflexiones y lo que recuerda. A continuación los fija a las paredes de su casa. Los quiere tener a la vista, para ganar el combate al olvido. Pero, poco a poco, los textos de las paredes se le van haciendo extraños.

Una mañana, mira los papeles con los ojos desmesuradamente abiertos, y se hace una lacerante pregunta:

–¿Quién ha escrito todos estos papeles?

Cuando escribió la ultima frase de su novelaDiario de una buena vecina, Doris Lessing experimentó una honda alegría: la causa de esa alegría era un registro –el de la gris cotidianidad– que hasta ese momento no había probado. Pero se había alejado un poco de su escritura habitual, y la inquietaba el efecto que la novela pudiera surtir. Una curiosidad comprensible: si los escritores dudamos aun cuando transitamos por los caminos de siempre, ¿cómo no preocuparnos cuando nos aventuramos en otros nuevos? ¿Habré acertado?, ¿valdrá algo lo que acabo de hacer? Lessing se hallaba en esa situación de duda. Pero ¿cómo lograr un juicio libre de prejuicios y lo más nítido posible?, ¿cómo acceder a la opinión sincera de los primeros lectores? Por aquel entonces –hablo de una situación que data de uno veinte años atrás–, Lessing era ya una escritora consagrada, y, para bien o para mal, su estatus literario podía limitar y condicionar cualquier parecer, la firmaLessing avalaba cualquier cosa en el mercado cultural. Sabedora de todo ello, envió el manuscrito a su editor de siempre, pero bajo seudónimo. Pasaron los días. Y las semanas. Y un par de meses. Sin respuesta. Un día, Lessing recibió en su casa una carta dirigida a su seudónimo. La misiva del editor utilizaba fórmulas rutinarias del tipo “Su novela no satisface las previsiones literarias de esta editorial”.

Lessing no se sorprendió: la lectura de la carta le confirmó ciertas hipótesis que llevaba tiempo imaginando. La primera –la más evidente– era relativa a la fama del escritor: el celofán de un nombre ejerce en el mercado del libro un efec