: Miguel Sánchez-Ostiz
: Derrotero de Pío Baroja
: Alberdania
: 9788498681062
: 1
: CHF 6.50
:
: Biographien, Autobiographien
: Spanish
: 216
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Este libro es el resultado de la lectura recurrente, entusiástica y arbitraria de las obras de un escritor que, a cuarenta años de su muerte, se deja leer con una frescura rara y que encuentra, mucho mejor que ningún otro de su tiempo, lectores cómplices: los famosos barojianos. Libro parcial y subjetivo, que quiere responder al porqué de esa fascinación por el aventurero pasivo, el peatón de las ciudades, el paciente y minucioso erudito que, entre otras muchas cosas, fue Pío Baroja, por su obra, su personalidad y su mundo abigarrado, repleto de personajes y de lances que, a su modo, explican la vida que lo sostiene y que quedó atrapada en él como un bosque en la niebla.

9
PÍO BAROJA
Y EL PAÍS DEL BIDASOA


Tengo para mí que lo de Pío Baroja con el País del Bidasoa fue un verdadero flechazo. Lo conoció de joven, de la mano de su padre, don Serafín, cuando le acompañó a reconocer unas minas y lo reencontró por casualidad, por un anuncio en El Pueblo Vasco, de San Sebastián, en 1912, al borde de los cuarenta años, cuando empezaba, decía, a sentirse viejo. Unos años antes había pasado por Bera de la mano de su amigo suizo Paul Schmitz, cuando éste se había casado en la iglesia ortodoxa de Biarritz, y se había fijado vagamente en el paisaje, sin más.

“Casa buena para fábrica o convento”, leyó en el anuncio de los papeles, pero él, cuando la tuvo delante, vio otra cosa, lo que nosotros vemos hoy, poco más o menos. Para ver sobre el dechado de unas ruinas una casa de la vida, y sobre el de un país que a algunos les parece triste y sombrío, un país luminoso y acogedor, hay que padecer ese flechazo que enciende la imaginación y el entusiasmo. Un flechazo con una casa y con un país, ahí es nada, que le lleva enseguida a identificarse, a confundirse con él, y a celebrarlo de continuo en sus escritos.

Baroja no tenía más motivos para quedarse en el país del Bidasoa que los que podían empujarle hacia cualquier otra parte del País Vasco, hacia Guipúzcoa, Vizcaya o la misma Álava de sus antepasados, si, como se viene diciendo, lo que pretendía era reencontrarse con unas raíces vascas sentidas de una manera intensa, cuando había estado de más joven de médico en Cestona, y la pretensión de llevar ese país a la literatura. Es decir, casi casi una cuestión de identidad cifrada tanto en la raza –muy importante para él, porque a lo largo de toda su obra encontramos continuas referencias a este asunto espeso que los vientos del siglo han hecho algo más que espinoso y que dudo mucho haya desaparecido del todo–, como en la pertenencia a un lugar determinado. Y escogió ese país, el del Bidasoa.

Sea lo uno o lo otro, o fuese lo que alguna otra vez contó, que lo que buscaban, él y su madre, era un sitio donde pasar el verano, cosa posible desde luego, pero muy limitada, lo cierto es que encontró otra cosa, un lugar donde poder amarrar su vida, un huerto de quietud o un puerto de quietud, que vienen a ser lo mismo, porque de los dos tuvo.

La casa se hizo puerto de quietud enseguida, en cuanto su autor, en compañía de su familia, empezó entusiasmado a arreglar el caserón, a meter en él libros, muebles, cosas que le gustaban. Otro aspecto éste, uno de los muchos de Pío Baroja que tampoco le gusta a algún estudioso que se siente en la obligación de reprochárselo, vaya por Dios. Ahora resulta que los estudiosos se meten a husmeasábana