: Miguel Sánchez-Ostiz
: Vivir de buena gana
: Alberdania
: 9788498682991
: 1
: CHF 6.40
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: Reiseführer
: Spanish
: 420
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
El autor de este cuaderno de campo nos lo advierte con franqueza: 'Sospecho que no hay viaje que no termine en la puerta de nuestra casa, y que tarde o temprano volvemos a ella, con más o menos equipaje, o sin él, con menos seguridades de las que creíamos, más incrédulos tal vez, más baldados, con algunos entusiasmos intactos'. Y así nos guía a través, sí, de sus periplos por territorios cercanos (Baztan, Pamplona, Bilbao, Madrid, Bayona...) o más lejanos (la compleja Bolivia, sus gentes y misterios...), pero, y sobre todo, de su 'revuelta mesa de trabajo', desde donde, siempre alerta para los afectos y los atropellos, escribe 'de manera directa, clara, franca, que es la mejor manera de contar un viaje si lo vivido merece la pena, porque de vivir se trata, no de viajar para buscar 'temas', y solo eso'. A las páginas de este dietario, correspondiente a los años 2008 y 2009, asoman, inevitablemente, la alegría inquieta y expectante de los prolegómenos del viaje, tan semejante, en ocasiones, a la del regreso; el gozo de los hallazgos humanos, junto a los del disfrute de muy diversas naturalezas y momentos; el duelo por la pérdida de seres queridos junto a apuntes del natural de sociedades en ebullición o del deambular, a veces siniestro, de los espectros que pueblan nuestros mundos cotidianos... Porque, nos advierte de nuevo el autor, 'no todas las entradas de este cuaderno de campo pueden ser felices'. Sí lo es, no obstante, el magnífico fresco vital que en él se nos ofrece.

Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950). Es autor de las novelas Los papeles del ilusionista (1982), El pasaje de la luna (1984), Tánger Bar (1984) La quinta del americano (1987), La gran ilusión (1989) [Premio Euskadi de Literatura y Premio Herralde de novela], Las pirañas (1992), La caja china, Un infierno en el jardín (1995), No existe tal lugar (1997)[Premio Nacional de la Critica], La flecha del miedo (2000), El corazón de la niebla (2001), En Bayona, bajo los porches (2002), La nave de Baco (2004), El piloto de la muerte (2005) y La calavera de Robinson (2006). Entre sus muchos libros misceláneos hay que destacar las crónica La isla de Juan Fernández, Peatón de Madrid y Cuaderno boliviano, publicado en el año 2008 esta editorial en 2008, donde también se han publicado sus diarios, Liquidación por derribo, última entrega de una serie que comenzó con La negra provincia de Flaubert (1986), Mundinovi. Gaceta de pasos perdidos (1987), Correo de otra parte (1993), El árbol del cuco (1994) y La casa del rojo (2001). En el año 2001, publicó toda su obra poética publicada e inédita hasta esa fecha, con el título La marca del cuadrante. (Poesía, 1979-1999). En el año 2000 publicó en esta editorial su ensayo Derrotero de Pío Baroja, al que siguieron, entre otros trabajos, la biografía Pío Baroja, a escena (Madrid, 2006) , Tiempos de tormenta. Pío Baroja (1936-1940) (Pamplona, 2007), Cuaderno boliviano (2008) y Sin tiempo que perder (2009), con este libro ha ganado el Premio Eskadi de Ensayo 2010.

Cuando se trata de hablar de un libro basado en un viaje, comoCuaderno boliviano, resulta obligado responder a la pregunta de para qué o por qué viajas, como si lo hicieras de manera diferente a los demás o como si lo de verdad importante no fueran las cosas vistas o vividas, sino el motivo que te ha llevado a buscarlas, o más aún, como si fueras a desvelar un secreto filosofal. Lo has intentado explicar muchas veces y explicártelo a ti mismo con poca fortuna. No viajas, huyes, escapas, de ti mismo, del lugar en el que vives, de los días y la edad que se te echan encima, aunque regreses, como si todo el motivo del viaje fuera regresar al punto de partida. Lo uno por lo otro. Las razones de esa huida son íntimas. Cada cual tiene las suyas y las suele explicar con unos lirismos de pacotilla que ocultan mucho más de lo que debieran decir. No viajas para encontrar “temas” sobre los que escribir, viajas por vivir el viaje, por estar en otra parte y escuchar otros lenguajes, por sentir otros sabores y asomarte a otras formas de pensar… pero el fondo siempre aparece lo mismo: para no estar aquí.

Carlos Ortega, en “La humanidad tal cual”, un luminoso trabajo que he leído hace poco, citaba a Kafka en su relatoLa aldea más próxima, en el que un jinete que no conoce tregua a su cabalgar le contesta al mozo de cuadra que le pregunta por el motivo de su viajar: “Partir siempre, salir de aquí, esa es mi meta”. Algo que me recuerda los versos de Ungaretti, en su poema Lucca:

In queste mura non ci si sta che di passaggio.

Qui la meta è partire. […]

Ora lo sento scorrere caldo nelle mie vene, il sangue dei miei morti.

La primera vez que escuché estos versos fue aquí, en Bilbao, en 1976. Entonces, irse era una meta, antes de que quedarse para halagar los oídos de la tribu se convirtiera en un buen negocio.

Afuera arrecia la tormenta con mucho lujo de relámpagos y cielos muy foscos, y la lluvia azota la ventana. En un par de horas tengo que dar una conferencia en la Universidad de Deusto dentro de un ciclo titulado “Vivir ¿para qué?”. La mía se titula “Vivir para escribir”. Peliagudas propuestas ambas. En 1989 escribí un artículo titulado “Escribir, esa manía”, que se publicó aquí, en Bilbao, en una revista que dirigía un jebo repulsivo. Ahora no sé si escribiría lo mismo. Probablemente no.

Hace veinticinco años, casi día por día, aquí en Bilbao, en el mismo hotel donde me alojo ahora, y después de una tumultuosa reunión de abogados de todos los colegios de arquitectos de España, decidí dejar el ejercicio de la abogacía y dedicarme a esta “profesión poco definida”, la que me trae aquí.

Hay veces que es necesario cortar con aquello que nos lastra y amenaza con convertirnos en la sombra de nosotros mismos para intentar volar lejos, lo más lejos posible. Sobre todo hay que salir de aquellos lugares en los que no tienes sitio, donde por el hecho de estar, andas con la moral comida. Hay que atreverse.

Me temo que hablar de ese vivir para escribir, altisonante como una anacrónica divisa, sea enlazar una patraña detrás de otra, más que nada porque resulta impúdico y poco comercial revelar los detalles vergonzosos y poco nobles que empujan a un escritor a la escritura.

Digas lo que digas vives para algo más que para escribir e incluso para llevar lo que vives a tus papeles. Tienes una vida privada, dentro o fuera de la escritura, pero la tienes. Cuando asistes a la muerte de uno de los tuyos y le dices las últimas palabras, no hay literatura que valga. Que para el personajillo mediático que te has montado quede bien el “Vivir para escribir” como divisa de falsa caballería, eso es otra cosa, pero la verdad, la verdad es más oscura, más pedestre, y hasta te tacharán de cínico si la amagas. Quieren oír hablar de las grandes palabras, de los sacerdocios de la literatura, del escribo o me mato, de la escritura como patria, de la noble misión y otras macanas que ocultan más de lo que dicen… el ser alguien, el satisfacer el ego, el afirmarse en la realidad, las pasiones tristes poco confesables, el esconder la herida oculta irrestañable, esto es, de lo único que merecería la pena hablar y de lo que solo responde la obra.

Se vive para mucho más que para escribir, aunque el hacerlo sostenga la propia vida. En el vivir entran más emociones, más pasiones, deseos, cosas que la mera escritura y sus derivados.

No conviene estropear la imagen arcangélica del escritor que sale a escena poseído de una alta misión que le distingue del resto de los mortales. Ese vivir arrebatado corresponde a una leyenda romántica del escritor embriagado de sí mismo que, tartufo irredento, habla de la escritura como de un sacerdocio. Me parece un símil bastante desgraciado, por no decir imbécil, para hablar del entregarse con intensidad a la escritura, algo más que un divertimento. Que el escribir sea una pasión arrebatadora, puede, un sacerdocio no. Que cada cual viva como le parezca, pero sermones circenses, ninguno, a ser posible.

Al preparar la conferencia he recordado unas líneas del escritor inglés de origen judío Fred Ulhman, que hablando de la depresión severa que durante años de su vida le habían producido las secuelas de la persecución antisemita padecida, dijo que aquella depresión le había impedido ver el cerezo en f