Hay un cuadrode Caravaggio que me gusta mucho. Es el tituladoCesto con frutas,pintado muy a finales del sigloxvi. No me canso de escudriñarlo. Corresponde a un momento del otoño, anunciado por los frutos de la mesa y del huerto, que por muy luminoso que resulte, va a pasar antes de que te des cuenta: las hojas de la parra no engañan, los frutos están maduros y las manzanas hasta picadas, como las tuyas, las uvas y los higos en sazón, el moscatel oro viejo que te trae recuerdos de momentos luminosos de la infancia y de la casa familiar... mañana las frutas se verán marchitas.
Pero ese cuadro feliz y rotundo de Caravaggio me lleva también a unos poemas de D. H. Lawrence,Phoenix poems, traducidos por Mario Satz y leídos a mis veinte años, de la mano de un amigo mexicano de entonces, cuando el viaje hacia el olvido solo era un poema intenso, lo mismo que el viaje por el otoño de la vida, algo musical, pero lejano, a pesar de que la inadaptación, el desasosiego y el extravío ya fueran sombras permanentes.
Ahora es otoño y los frutos caen
en un largo viaje hacia el olvido.
Las manzanas caen como grandes gotas de rocío
magullándose y buscando su propia salida.
Y es tiempo de ir, de despedirse
De nuestro propio yo, y de encontrar una salida
desdeel yo caído.
Esos poemas de Lawrence hablan de construir el barco de la muerte, ese que nos puede dejar en el puerto de quietud de un nuevo yo, algo que se dice fácil, y se escribe también con idéntica facilidad; pero que de fácil no tiene nada. Te puede llevar la vida entera conseguirlo y puedes no lograrlo jamás. Hay un infierno en la contradicción entre lo que se dice y lo que se hace, escribía con bastante alegría un crítico literario de otro mundo.****
Eres libresco y hablas del bosque de páginas en el que, por fortuna, te mueves de ordinario, intentas compartirlas con tus lectores, eso es todo. Nombres, citas… no se trata de alardes de erudición ni mucho menos de perpetrar «un centón de citas cogidas por los pelos», como escupió aquella indeseable de Virginia Fool en los alegres ochenta. Son un misterio las razones profundas que nos empujan a la malevolencia gratuita… a la ajena me refiero y también a la propia.
Si profundizassiquiera un poco en la idea de ese barco de la muerte, que no es el de los muertos, reparas en que en esos versos hay una propuesta que va más allá de un cambio de escenario, que la invitación es a sanear el pozo del que habla elI-Ching,aunque la incomodidad con uno mismo pueda ser incurable.
No sé cuándo escribió Lawrence ese poema, a qué edad me refiero, pero dado que se publicó póstumo, sospecho que fue en los años finales de su vida, los de la enfermedad y el alejamiento. En todo caso dudo que el poeta se refiera a su muerte física. Hay, o sería deseable que hubiera, otras muertes y otras resurrecciones.
El ave Fénix que resurge de sus cenizas... otro mito para los malos tiempos. No siempre es posible levantarse si eres derribado, si te ves vencido, por mucho empeño que pongas... la publicidad siempre dice otra cosa.
El barco de los muertos,la novela