PROFUNDIDAD ABISAL
«El dragón duerme en la oscuridad desde el comienzo del mundo. Pero dice la leyenda que algún día serán pronunciadas por azar las siete palabras que componen el conjuro. Entonces, el monstruo despertará y con su aliento de fuego sembrará el horror entre los hombres.»
HELEN PENDERGAST
El dragón dormido
Del libroCuentos para tener pesadillas
El diez de junio de 1944, cuatro días después del desembarco aliado en Normandía, una compañía nazi compuesta por doscientos hombres de las Waffen SS, irrumpió a las dos de la tarde en el pequeño pueblo francés de Oradour-Sur-Glane, cercano a Limoges. No buscaban partisanos ni se equivocaron de objetivo; perseguían sembrar el terror.
Los alemanes encerraron a los hombres en graneros y a las mujeres y niños en la iglesia. Ametrallaron a los hombres y prendieron fuego a los graneros. Después, la iglesia fue dinamitada. De los seiscientos cuarenta y dos habitantes del pueblo, de los cuales casi quinientos eran mujeres y niños, sólo diez consiguieron escapar de la masacre. El pueblo quedó totalmente en ruinas.
Francia decidió no reconstruir Oradour-Sur-Glane; conserva sus ruinas como un siniestro monumento que sirva de permanente memoria de la barbarie de la guerra y del nazismo. A la entrada del pueblo fantasma, un cartel en francés e inglés dice: «RECUERDA. AQUÍ EL TIEMPO HA QUEDADO CONGELADO PARA QUE TÚ TE ACUERDES.»
Las ruinas de Oradour-Sur-Glane permanecen así detenidas en aquel diez de junio de 1944. De distintas maneras y en distintos lugares pueden todavía encontrarse este tipo de escenarios fantasmales que han quedado fuera del transcurso del tiempo, suspendidos en él.
Es quizá el mar, el gigantesco territorio inexplorado de su fondo, el escenario más apropiado para que las huellas del hombre queden ancladas y ajenas al tiempo. Y es precisamente ahí, en el fondo del mar, donde transcurre nuestra historia, cuyo prólogo bien podría ser el testimonio del arqueólogo marino Carmelo Prado.
«Llevo muchos años buscando en el fondo del mar, intentando recuperar algunos de los inagotables tesoros arqueológicos que guarda el Mediterráneo. Bajo sus aguas, quizá mucho más que bajo tierra, quedan los vestigios de todas las civilizaciones que lo han navegado. El agua salada corroe y destruye muchos de esos tesoros. Sin embargo, en otros casos, las características de esa gran tumba que muchas veces es el mar mantienen en perfecto estado de conservación elementos sorprendentes. Por ejemplo, en varias ocasiones hemos encontrado ánforas de vino procedentes de galeras romanas y fenicias naufragadas. Las más antiguas se remontan al siglo IV antes de Cristo. Las ánforas estaban perfectamente lacradas, incluso protegidas por una capa de aceite de oliva. He probado el vino de una de esas ánforas y era perfectamente bebible. Las condiciones de oscuridad, frío y silencio habían conservado ese vino de más de d