CAPÍTULO UNO
Keira Swanson abrió las puertas de cristal de la revista Viatorum y entró con determinación. Era el Día del trabajo, pero ella, junto con el resto del personal de redacción, había sido convocada a trabajar con poco aviso.
Keira sabía muy bien que no había ninguna emergencia real, nada importante como para convocar a una reunión en medio de un día festivo. Pero la revista de viajes era un ambiente sumamente competitivo y a su jefe, Joshua, le gustaba «crear oportunidades para deshacerse de los débiles». Cualquiera que armara demasiado escándalo por trabajar en un día festivo o que luciera demasiado miserable en sus reuniones estaría desempleado en un abrir y cerrar de ojos. Keira había luchado tanto por un trabajo como escritora que no iba a caer en este obstáculo, aunque significara dejar a su novio, Zachary, en casa como anfitrión de un almuerzo familiar sin ella.
Ella se apresuró a su escritorio, con sus tacones negros de aguja deslizándose por los inmaculados azulejos blancos. El cuartel general de Viatorum estaba ubicado en la zona más moderna de la ciudad de Nueva York, en un enorme y antiguo almacén que había sido remodelado de forma muy elegante para usarlo como oficina. Las ventanas eran enormes, extendiéndose desde el suelo hasta el techo acampanado, donde las vigas de acero con grandes pernos aún se encontraban en su lugar desde los días en que se había utilizado como almacén. El ambiente abierto significaba que todas las conversaciones se escuchaban. Incluso los susurros resonaban. También significaba que nadie se atrevía a traer algo demasiado condimentado para el almuerzo. Keira todavía podía recordar el momento en que una nueva escritora, una chica tonta llamada Abby, había traído una ensalada de atún en su primer día. En el momento en que Joshua percibió el olor, se aseguró de que fuera el primer, último y único día de Abby en Viatorum.
Al mirar a través de la enorme habitación, Keira notó que no era la primera en llegar. Nina, su amiga y una de las asistentes de edición de Viatorum, ya estaba encorvada sobre su escritorio, martillando el teclado. Le lanzó a Keira una sonrisa rápida antes de sumergirse de nuevo en su trabajo.
Keira dejó su bolso sobre el escritorio y se desplomó en la silla, con cuidado de dejar salir un suspiro inaudible. No se había dado cuenta de que trabajar en la prestigiosa revista Viatorum implicaría actuar tanto, fingir tanto interés en las conversaciones, tanto fingir ser cumplida.
A través del cristal que separaba a Joshua de sus empleados, Keira se dio cuenta de que la estaba vigilando. Se preguntaba en qué pensaba, si estaba sorprendido al ver que ella era la segunda persona que había respondido a su convocatoria urgente, o si solo buscaba a alguien para despedir y ella se había convertido en la presa que había entrado en su territorio.
Joshua entró por la división de vidrio. Llevaba un traje azul intenso, con el cabello peinado en un copete. Se acercó al escritorio de Keira.
"¿Terminaste la investigación sobre Irlanda?" preguntó, sin siquiera molestarse en saludar.
Ah sí, el artículo del Festival del amor que Joshua fue asignado para escribir, por Elliot, el Presidente de Viatorum. Se suponía que era un proyecto enorme e importante, al menos eso es lo que Joshua había dicho, aunque la propia Keira no podía entender cómo un tonto artículo sobre un casamentero durante una ceremonia anticuada en un pintoresco pueblo irlandés podía ser interpretado como importante. Aun así, Joshua había estado de un humor aún más desagradable que de costumbre y, como su escritora más joven, a Keira se le había encomendado la tarea de hacer toda la investigación que él estaba «demasiado ocupado» para hacer.
«Más bien demasiado engreído», Keira pensó en silencio, mientras levantaba la vista y sonreía.
"Te envíe todo por correo el viernes antes de irme".
"Envíamelo otra vez", exigió Joshua sin perder el ritmo."No tengo tiempo de buscarlo en mi bandeja de entrada".
"No hay problema", dijo Keira, sonando tan servicial como siempre.
Joshua regresó a su oficina y Keira le envió el correo electrónico que contenía una gran cantidad de información sobre el Festival Irlandés del Amor, sonriendo para sí misma al recordar lo tonto que era todo, lo asquerosamente romántico.
Tan pronto como el correo dejó su bandeja, las puertas se abrieron y un puñado de escritores de Viatorum entraron, cada uno pretendiendo que no estaban molestos por est