MARCO PARA EL LEÓN FAMILIAR
Para M.
«Maybe this flm is about growing older.»
Robert Frank,Conversations in Vermont
FOTOGRAFÍAS
Varias veces he imaginado que podemos recuperar cualquier recuerdo como si fuera una fotografía que entregamos para revelar después de, digamos, tres veranos. Los lugares y la gente son reconocibles, la foto todavía rememora el color del cielo, el mantel a cuadros, la ropa, sólo que ahora —al sacarla de un sobre de papel plasticado— es invierno u otoño, llueve y nos cuesta intuir por qué el dedo que la tomó apretó el botón precisamente en aquel momento, transformándola, más que en un recuerdo, en un testimonio claro y duradero del olvido.
Los recuerdos de la infancia que mi hermana y yo pasamos con mis padres, entre mudanzas de una ciudad a otra, los leo en las fotografías de mi padre, sorprendentemente numerosas para ese período irreal de nuestra vida. Son fotografías de pisos en los que vivíamos, de patios, entradas y ventanas que daban o no daban al mar; fotografías de perros y gatos, de parientes diversos, nosotros sus hijos y, por fin, de mi madre.
Laenfermedad de fotografiar e la debilidad para recordar, me escribe en el dorso de una fotografía en blanco y negro Anja, que al cumplir los quince años heredó de nuestro padre esa enfermedad, junto con una antigua cámaraKiev y algunos objetivos. Hace ya una década que Anja está en América y entre viajes y proyectos, varias veces al año, en lugar de cartas me envía fotos de gentes y ciudades que de un modo extraño llenan los espacios en blanco de nuestra memoria común.
En esta ocasión, liberada del sobre de correo aéreo, se trata de una escena tomada en algún nevado zoológico norteamericano: una fotografía que retrata a un león. Salpicado de copos de nieve, el rostro del león parece sosegado y manso, mientras al fondo, entre las rejas, se divisa el perfil congelado del guarda.El olvido enjaulado; está escrito al dorso.Naturaleza viva con guarda. En invierno. ¡No dejarlo salir!
Como tantas veces antes, en los álbumes de familia dispersos por la mesa busco entre un montón de fotografías una que pueda servir de respuesta. Al final elijo un retrato de Anja, sacado al estilo de las antiguas películas rusas, encima de un búnker italiano al atardecer, y le pongo:Nos gustaba este sitio los domingos, después del bosque. A la vuelta, una de las casas olía a patatas y pollo asado. Tú te sientas a la derecha y yo a la izquierda de la mesa. La mesa es un caballo tranquilo de aluminio. Sus patas, a diferencia de las nuestras, llegan hasta el suelo. Eso no está en la foto. El empapelado de la pared está hecho de líneas marrones y claras. Canto del jilguero en la jaula. Una fila de mamuschkasen la ventana. Mamá y la tele. Papá en el baño. El olor de la espuma de afeitar de él, el olor de la caricia de ella al acostarnos. La cama: tu lugar está en el medio, el mío juntoa la pared. Sombras en el techo. Ruidos de la calle. Tu sueño, ligero y confuso. Tu hermano, R.
Guardo la foto en un sobre preparado hace ya mucho tiempo y espero a que los recuerdos se calmen; se detengan, se queden tranquilos y congelados como el león de la fotografía de Anja. Quietos como el guarda, como la nieve atrapada en la foto. También pienso en quién guarda a quién, y de qué: ¿el león al guarda o el guarda al león? ¿El recuerdo como guardián del olvido, o el olvido como guardián del recuerdo? Al final pienso en lo que es ese león en realidad, dónde está ahora, de qué se alimenta y de dónde vienen pensamientos como éste.
Anja y yo, cada uno por nuestro lado, no lo sabemos.
Nuestras conversaciones a través de fotografías, al igual que el mundo que intentan construir, conllevan un desenlace fatal. Cuando agote la reserva de las palabras de mi padre, callaré, y cada palabra que mi hermana produzca la empujará más hacia el silencio. Así, la conquista del pasado propio, cada vez más lejano, nos llevará a los dos al silencio original, al vacío de una película todavía intacta que desconoce luz, fijador y revelador.
Aun así, o quizás a pesar de ello, la fotografía que pego con celo verde transparente en el tablero de corcho sobre mi mesa, se convierte en nuestro silencioso león familiar, enigma nevado que me observa desde el desayuno y hace que me acuerde de que también yo olvido y recuerdo, mientras espera pacientemente un desenlace.
HISTORIA
Cuando de los ojos cerrados comienzo a desenrollar nuestra historia familiar, las primeras palabras que intentan escapar de mi boca son