: Karin Fossum, Trude Marstein, Hanne Ørstavik, Beate Grimsrud, Merethe Lindstrøm, Gro Dahle, Karin Sv
: Nórdica Libros
: Mujeres de los fiordos Relatos de escritoras noruegas
: Nórdica Libros
: 9788415564515
: 1
: CHF 6.10
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 111
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Esta antología que tenemos entre las manos nos presenta a diez escritoras noruegas contemporáneas, de entre 35 y 85 años, pertenecientes a generaciones y credos literarios muy diversos, pero en las que tal vez podamos también intuir algunos rasgos comunes.Como casi siempre en la literatura, también en estos relatos el tema recurrente son las relaciones humanas. En todos estos cuentos encontramos luces y sombras, otro de los rasgos característicos de la literatura noruega de todos los tiempos. Por lo general, melancolía y realismo aparecen como dos caras de la misma moneda. Los personajes de estos relatos son hombres y mujeres de carne y hueso, con sus anhelos y sus traumas, sus ilusiones y sus decepciones, y una terca búsqueda de algo que proporcione sentido. Cada relato está traducido por un traductor diferente, lo cual pensamos que proporciona una riqueza especial a la antología: diez escritoras y diez traductores, entre los cuales hay tanto latinoamericanos como españoles, cosa que se refleja también en el lenguaje final de los relatos, en los que se ha querido respetar las diferencias y la riqueza de esta lengua que hablamos tantos pueblos distintos.

Trude Marstein (Tønsberg, 1973) Karin Fossum (Sandefjord, 1954) Hanne Ørstavik (Finnmark, 1969) Beate Grimsrud (Bærum, 1963) Merethe Lindstrøm (Bergen, 1963) Gro Dahle (Oslo, 1962) Karin Sveen (Hamar, 1948) Laila Stien (Nordland, 1946) Herbjørg Wassmo (Vesterålen, 1942) Bjørg Vik (Oslo, 1935)

Trude Marstein

«HAMBRE INTENSA, NÁUSEA SÚBITA»

Título original: «Sterk sult, plutselig kvalme»

Traducción del noruego de

Cristina Gómez Baggethun

Unos pringados no paran de meter dinero en la gramola y ponen una música horrible. Ella tiene el vaso vacío, pero a él le quedan aún tres o cuatro centímetros. Por cada cerveza que han tomado ella ha tenido que esperarlo, y han ido pagando cada uno lo suyo. Ya no recuerda si han sido tres o cuatro botellas de medio litro. ¿Nos hemos bebido tres cervezas, o cuatro?, pregunta. Yo sólo me he bebido tres, responde él, mientras tamborilea sobre la mesa con el dedo índice, lo hace casi al compás de la música, pero no del todo. Aunque tú ya tenías una cuando llegué, continúa, así que supongo que te habrás bebido cuatro. A pesar de que ya había conseguido digerir el comentario con el que él comenzó la conversación: ¿Vienes mucho por aquí?; ahora vuelve a molestarle. Al principio se lo tomó como una parodia, pensó que estaba jugando con los tópicos, pero qué va, estaba completamente serio y aguardaba su respuesta, así que tuvo que responder que no, que no venía mucho. No le apetece otra cerveza, no se la puede permitir, pero le apetece aún menos seguir charlando con aquel tipo: ya lo han hablado todo y hace rato que la conversación es hueca, lo último que le ha dicho el chico es que le está gustando la música. Tiene que ser compasión, piensa ella, pero ni eso siquiera es capaz de sentir. Lo más fácil sería decir: ¿Nos tomamos otra cerveza? No solo sería más fácil que decir: ¿Nos vamos?, sino incluso más fácil que permanecer allí un solo segundo más con el vaso de cerveza vacío. ¿Nos tomamos otra cerveza?, le pregunta con una entonación que demuestra el interés suficiente; mientras lo dice lo mira, pero justo después aparta tranquilamente la mirada. No, la verdad es que estoy cansado, responde él sonriendo, no me entra más cerveza. Y luego se pone a hablar de un sobrino suyo, que a los cuatro años ya leía con fluidez y que ahora, con ocho cumplidos, se dedica a leer a Hamsun. Es un niño insoportable, dice. Ella se ríe, aunque no muy fuerte; sonríe de oreja a oreja y por dos veces expulsa aire por la nariz. Él no se ríe. No le cabe en la cabeza que el tipo no quiera tomarse otra cerveza y decide fregar los platos antes de acostarse. Él le propone que vayan al cine al día siguiente; tal vez, responde ella, le he prometido a mi padre hacerle una visita, ya te llamo mañana. Cuando aparece el camarero y se lleva los vasos vacíos, ellos se levantan y salen afuera. El tipo se queda quieto con las manos hundidas en los bolsillos de la chaqueta. No es que sea muy tarde, dice. No, responde ella. ¿Te gusta escuchar música?, pregunta él. ¿Te apetece venirte un rato a casa a escuchar música? Ella vacila unos segundos, aunque en realidad no está pensando; luego lo mira, sonríe y responde que sí. Cuando empiezan a caminar ella le pregunta: ¿Cogemos un taxi? No, vamos andando, es la respuesta, no queda muy lejos. Ella lleva unos zapatos nuevos que están empezando a hacerle ampollas, y él camina anormalmente deprisa. En un momento dado están a punto de atropellarlo porque cruza la calle sin mirar. A pesar de la alta velocidad, el tipo no para de hablar durante todo el trayecto hasta su casa, primero sobre cuestiones sociales: sobre las ventajas e inconvenientes de la inmigración, sobre si la prostitución debería ser legal o no, sobre la calidad de las guarderías noruegas comparadas con las suecas. Después habla sobre sí mismo, sobre sus experiencias laborales y sus planes de futuro. Ella tiene más que suficiente con seguirle el paso y anda corta de aliento, así que se conforma con responder que sí y que ya. Eres un poco tímida tú, le dice el chico sonriente y con la cabeza vuelta hacia atrás. No, qué va, responde ella. Quizá es que eres poco charlatana, insiste él. A ella le duelen los talones y tiene la sensación de tenerlos en carne viva. Al alcanzar un portal, el tipo se detiene prácticamente en seco. Aquí vivo yo, dice, con la llave en la mano, y luego abre la puerta y entra delante. Cuando suben las escaleras