CAPÍTULO UNO
Riley Paige no vio el primer puñetazo. Aún así, sus reflejos respondieron bien. Sintió que el tiempo se detuvo cuando el primer golpe se acercó a su abdomen. Ella lo evadió perfectamente. Un gancho de la izquierda se acercó a su cabeza. Ella saltó a un lado y lo esquivó. Cuando él cerró con un golpe final a su cara, subió la guardia y tomó el golpe con sus guantes.
Luego el tiempo reanudó su ritmo normal. Ella sabía que la combinación de golpes había llegado en menos de dos segundos.
“Excelente”, dijo Rudy.
Riley sonrió. Rudy estaba esquivándola ahora, más que preparado para sus golpes. Riley hizo lo mismo, moviéndose de arriba abajo, tratando de mantenerlo en constante adivinación.
“No tienes que apresurarte”, dijo Rudy. “Piénsalo bien. Considéralo un juego de ajedrez”.
Sintió una punzada de molestia mientras seguía moviéndose. Se la estaba poniendo fácil. ¿Por qué tenía que ponérsela fácil?
Pero ella sabía que esto era así. Esta era su primera vez en el ring de combate con un oponente real. Hasta ahora había estado probando sus combinaciones en un saco. Tenía que recordar que apenas era una principiante en esta modalidad de combate. Realmente era mejor no apresurarse.
Había sido idea de Mike Nevins intentar el sparring. El psiquiatra forense que ayudaba al FBI también era buen amigo de Riley. La había ayudado a superar muchas de sus crisis personales.
Recientemente se había quejado con Mike, contándole que tenía problemas para controlar sus impulsos agresivos. Perdía los estribos frecuentemente. Se sentía tensa.
“Prueba el sparring”, le había dicho Mike.“Es una buena forma de desahogarse”.
Ahora mismo se sentía bastante segura de que Mike tenía razón. Se sentía bien tener que actuar rápidamente, tener que enfrentarse a amenazas reales en lugar de las imaginarias, y era relajante enfrentarse a amenazas que no eran realmente mortales.
Unirse a un gimnasio que la alejaba un poco de la oficina central de Quántico también había sido una buena decisión. Pasaba demasiado tiempo allí. Este era un cambio agradable.
Pero se había distraído por mucho tiempo. Y podía ver en los ojos de Rudy que se estaba preparando para otro ataque.
Eligió mentalmente su próxima combinación. Se acercó bruscamente a él para su ataque. Su primer golpe fue un gancho de izquierda que él esquivó. Respondió con un cross que rozó su casco de combate. Respondió en menos de un segundo con un jab de derecha que alcanzó con su guante. En un instante lanzó un jab de izquierda que él esquivó tambaleándose al lado.
“Buen trabajo”, dijo Rudy de nuevo.
A ella no le había parecido que lo había hecho bien. No le había dado ni un solo golpe, mientras que él la había golpeado ligeramente incluso mientras se defendía, y ella estaba comenzando a irritarse. Pero recordó lo que Rudy le había dicho al principio...
“No esperes darme muchos golpes. La mayoría de las personas no lo hacen en el sparring”.
Ella estaba mirando sus guantes, detectando que estaba a punto de lanzar otro ataque. Pero entonces ocurrió una extraña transformación en su imaginación.
Los guantes se convirtieron en una sola llama, la blanca llama de una antorcha de propano. Estaba enjaulada en la oscuridad otra vez, presa por un asesino sádico llamado Peterson. Estaba jugando con ella, haciendo que evadiera la llama para escapar su calor abrasador.
Pero estaba cansada de ser humillada. Esta vez estaba determinada a contraatacar. Cuando la llama saltó hacia su cara, se agachó y simultáneamente lanzó un jab feroz que no conectó. La llama se acercó a ella de nuevo y ella respondió con un cross que tampoco conectó. Pero antes de que Peterson pudiera hacer otro movimiento, ella lanzó un gancho que golpeó su barbilla...
“¡Oye!”, gritó Rudy.
Su voz trajo a Riley de vuelta a su realidad actual. Rudy estaba de espaldas en la alfombra.
“¿Cómo llegó allí?”, se preguntó Riley.
Entonces entendió que lo había golpeado, y fuertemente.
“¡Dios mío!”, gritó. “¡Rudy, lo siento!”.
Rudy estaba sonriendo y volviéndose a colocar de pie.
“No te preocupes”, dijo. “Eso estuvo bien”.
Siguieron con el sparring. El resto de la sesión fue tranquila, y ninguno logró tocar al otro. Pero ahora todo esto le parecía bien. Mike Nevins tenía razón. Esta era exactamente la terapia que necesitaba.
Aún así, siguió preguntándose cuando sería capaz de borrar esos r