Prólogo
LYNSEY HANLEY
Los usos del alfabetismo es una de las pocas obras verdaderamente esenciales acerca de la sociedad británica que se han publicado en los últimos cincuenta años. Uno de los primeros libros a los que cualquiera con un interés perseverante por las clases sociales se acerca con intención de comprender la manera en que esta nación en apariencia igualitaria, con su atención sanitaria universal y su sistema educativo bien financiado, sigue apuntalando, sin embargo, unas rígidas divisiones sociales de generación en generación. Lo citan continuamente escritores, profesores y analistas, y se considera una fuente inagotable de referencias y recuerdos por parte de esos «legos inteligentes» para los que se escribió, que vieron por primera vez reflejadas sus experiencias y preocupaciones en letras de imprenta. Debería ser a estas alturas una reliquia del pasado, porque ningún lector dos generaciones posterior a Hoggart debería sentir que se le entrecorta la respiración al sentirse identificado con esa descripción de la infancia y la vida en un entorno de clase obrera en los años treinta. Y, aun así, a pesar de las transformaciones sociales y económicas que han tenido lugar desde su publicación en 1957, se cuentan por miles.
La suerte material de la mayor parte de la clase obrera mejoró enormemente entre la infancia de Hoggart en los años treinta y finales de los cincuenta: una época en la que los británicos, en palabras de Harold Macmillan, «nunca habían estado mejor». Pero mientras que la riqueza, en términos generales, ha seguido creciendo con el paso de las sucesivas generaciones —salarios más altos, jornadas más cortas, productos más baratos—, ha persistido un desequilibrio consistente entre la visión que tienen de la culturapopular aquellos que la producen (basura, pero no quieren otra cosa) y aquellos que la consumen (basura, pero no nos ofrecenotra cosa). Hoggart alertó con gran clarividencia de la depredacióncultural que derivaría de mantener esas falsas divisiones y que no haría más que incrementarse en los cincuenta, a medida que los medios de comunicación de «masas» se hiciesen más accesibles. Dado que la educación, la salud y la riqueza de la mayoría mejoraron a lo largo de todo el sigloXX, tendríamos que estar ahora mismo más cerca que nunca de una «sociedad sin clases»; pero no es así. Todo tendría que haber cambiado a día de hoy, pero no lo ha hecho, y sabemos que muchos de los motivos por los que no lo ha hecho están en este libro.
Los usos del alfabetismorelata con ternura y agudeza la experiencia vital de las personas de clase obrera entre los treinta y los cincuenta en los centros urbanos del norte de Inglaterra; muy en particular en Leeds, Hull, Sheffield y ciudades similares, cruzadas por hileras apretujadas de viviendas adosadas construidas para alojar a los obreros de las fábricas y a sus familias a mediados del sigloXIX. Es al mismo tiempo un ensayo personal, un estudio novelístico del entorno y los personajes, un documento antropológico de valor inestimable y un poderoso relato de las heridas que inflige en la sociedad civil el rechazo colectivo a otorgar el mismo valor a todos sus miembros. Sitúa la casa, con su hogar abrasador y su atención a menudo agobiante, en el centro de la mayor parte de las vidas de clase obrera y subraya la importancia del vecindario yla familia en la formación de una cosmovisión que contradice rotundamente la ensimismada concepción marxista de la clase obrera como agente de la historia y poco más. «A sus miembros solo muy de vez en cuando les interesan teorías y movimientos», replicaba Hoggart; si una idea no se asienta en algo real y sentido, si no se ajusta a «términos personales concretos», en sus palabras, es mucho menos probable que apele a esa misma gente a la que talesideas pretenden incitar. No es un libro que busque complacer a los intelectuales de la Nueva Izquierda de los cincuenta, no más que a los activistas obreros que no habían conocido en su vida a un obrero; esto es, a un trabajador de a pie sin afiliaciones políticas, y no a un Jude el Oscuro del todo excepcional. Si las vidas de claseobrera —cuando no estaban realizando el trabajo que definía su posición social— se vivían principalmente en el ámbito doméstico, y por y para este, ¿cómo iban a rebelarse jamás?
Poner el hogar y la posición social en el centro de su retrato tumbaba también las conjeturas de los elitistas culturales para los que una forma de arte que no apareciera en el Third