—¿Vosotros también lo sabéis? —se atrevió a preguntar—. Pero eso no puede ser.
—Cállate, Rodnik —le ordenaron Crow y Dick’om a la vez, sin dejar de mirarse.
—¿Cómo? —preguntó el comandante al cabo de un rato.
—¿Por qué ibas a ser el único inmune?
—Te he preguntado que cómo.
La mujer suspiró, bajó la vista un momento y se llevó las manos a las caderas.
—Hace doce años —empezó a explicarle—, cuando nos conocimos en Asteroide Rojo, ¿lo recuerdas? Antes de noquearme, encerrarme en aquella habitación y llevarte a mi cliente para cobrar la recompensa que yo me había ganado. Justo antes me comentaste que nunca habías visto a nadie sincronizarse con sus hamarakianos de la forma en que yo lo hago. ¿Te acuerdas?
—No. Fue hace doce años. Pero es cierto que lo he pensado en más de una ocasión.
—Bien. Como es una larga historia que ahora mismo no te voy a contar, trataré de hacerte un resumen: mis hamarakianos no son del UC que conoces. Por eso responden tan bien a mis órdenes: porque solo Zander y yo somos portadores en este universo, así que harán lo que sea necesario para sobrevivir. Lo que sea.
Dick’om entrecerró los ojos. Ella sabía que, por una parte, recordarle a su antiguo amigo y compañero era hurgarle en la herida, y por otra… Sin duda estaba decidiendo si aquello era suficiente para creer en la inmunidad mental de Crow.
—Nunca me diste a entender que sabías lo del Organizador —comentó no muy convencido.
—¿Con un Sueño Azul sobre mi cabeza? ¿Estás de coña?
—¿También sabías eso? —Sintió una punzada de culpabilidad.
—En realidad no, pero volé en pedazos esta nave una vez. Así que supuse que el Gobierno se curaría en salud por si se me ocurría repetir la jugada. Y, bueno, no nos engañemos, eras el candidato perfecto para llevarlo a cabo llegado el momento.
Dick’om soltó lentamente el yugo con que atenazaba a Rodnik, quien se masajeó los hombros y, aunque volvió a mirar la compuerta de salida, decidió que quedarse allí era una buena opción. Su captor, algo más calmado, se llevó una mano a la frente. Debía de ser una sensación extraña, o al menos, pensó Rodnik, lo sería si estuviera en la piel del comandante. Descubrir que durante diez años se ha convivido con un secreto que no era tal...
—Por eso no estabas enfadada —murmuró Dick’om, en realidad sin