«Pero ¿por qué no te pones guantes para hablar?», le decía mi padre (que era chino) a mi madre (que era belga). Como buen chino, a mi padre le gustaba utilizar aforismos y metáforas, y mi madre, como buena belga, llamaba al pan, pan y al vino, vino. Al escucharles me parecía estar oyendo un diálogo de sordos. Pero ni pensar en explicárselo; ellos eran felices así de contradictorios, así de dispares.
Me han dicho que tengo que escribir mis memorias o los recuerdos de mi vida. Siempre he deseado escribir un libro sobre mi padre y mi madre, y, para mí, mis padres —no solo mi padre, aunque mi madre fuera europea— representan a China y lo que yo sepa sobre China. Pero la verdad es que no sé ni por dónde empezar ni cómo empezar. Vaya por delante que me interesa todo lo que no lleve afeites y que siempre me ha gustado lo natural, loverdadero. En consecuencia, lo único que puedo asegurar es que cuantos detalles o hechos figuren en este libro son auténticos, y que los he reproducido tan exactamente como me lo permiten el inventario y la identificación histórica y anecdótica de lo que, a lo largo de los años y de mis varias vidas, se ha ido acumulando en los almacenes de mi memoria.
Sabido es que en China por los siglos de los siglos se siente y se practica el culto a los antepasados, es decir, que la Familia fue siempre, y probablemente sigue y seguirá siendo, la base fundamental de la sociedad china. La vida de mis padres, como la mía propia, empiezan y se centran, pues, en la Familia.
Mi padre era oriundo de Han Cheu, provincia de Che Kiang, al sur de Shanghái, del pueblo de Yu Han, famoso por su té y por su vecindad con el lago Si Hu.
Han Cheu se encuentra en la orilla del Yang Tse Chiang (Hijo de los océanos), ese grandioso río que nace en el Tíbet y atraviesa toda China antes de llegar al mar.
Por los innumerables canales que llevan sus aguas a todo el país, el comercio efectuado a través de su larguísimo lecho, la fertilidad de «la buena tierra» de sus orillas, la profundidad y la anchura de su cauce —si cauce puede llamarse tan desmesurada corriente—, merece, indudablemente, su destacada fama entre los ríos más famosos del mundo.
La orilla derecha del río Yang Tse (chiang quiere decir «río») es más hermosa y opulenta que la izquierda, por el encadenamiento de montañas que se elevan unas tras otras, todas cubiertas de riquísima y variada flora, y no solo a distancia, sino partiendo desde la misma orilla y mojando su borde.
El viajero que baja por el Yang Tse puede contemplar una de las ciudades más bonitas e importantes de China: Han Cheu, conocida por su belleza y su buen clima, así como por la belleza de sus mujeres. El dialecto que allí se habla es muy dulce. Dicen que de esa provincia salió la mayoría de los letrados.
Como antes indiqué, al lado de Han Cheu y muy cerca de Yu Han está el lago más célebre de China, el Si Hu, tan a menudo cantado en la poesía y que se encuentra en una zona de indescriptible belleza, enriquecida aún por los monumentos religiosos que lo rodean, tales como el monasterio de la Misericordia, el Kien Tung, etc. Siempre me contaba mi padre que cada año, en determinada fecha, se produce en ese lago una violenta irrupción del mar entre dos rocas y que mucha gente acude a contemplar este curioso acontecer de la naturaleza. Desgraciadamente, yo nunca estuve en Han Cheu ni en Yu Han, pueblo de mi padre y cuna de mis antepasados, y de China solo conozco Pekín, Tientsin y Shanghái.
Mi padre siempre nos aseguró que descendía del célebre emperador Hoan Ti, fundador del cesarismo chino y que subió al trono en el año 246 a. C., cuando aún no contaba trece años. Tenía, dice la historia, «la nariz prominente, los ojos grandes, el pecho de un ave de presa, la voz de un chacal y el corazón de un tigre o de un lobo». Fundó el imperio chino unificando el vasto territorio. Un imperio que, pasando por varias dinastías, duró dos mil ciento treinta y tres años (de 221 a. C. a 1912 de nuestra era).
Hoan Ti gobernó directamente el pueblo por el pueblo para el pueblo. Creía que hay algunas voluntades sobrehumanas que vencen cualquier obstáculo natural o celeste. Quiso ser el hombre auténtico capaz de andar en el agua sin mojarse y de penetrar en el fuego sin quemarse.
Cierto que mi padre tenía la nariz prominente, los ojos grandes y un corazón de tigre, pero al cabo de dos mil años...
La realidad es que pertenecemos a la rama quinta del emperador campesino Wang-li (o Huan Li), décimo tercer emperador de la dinastía Ming (1620), como lo prueba nuestroLibro de generaciones, y mis antepasados fueron agricultores como el propio Wang Li (este emperador fue el que permitió entrar en la corte imperial al jesuita italiano Mateo Ricci y le asignó una pensión encargándole de enseñar sus saberes a su hijo).
Lo único, pues, que sé auténticamente de mi bisabuelo paterno es que cultivaba aquel té refinadísimo hecho únicamente con los brotes tiernos del árbol que se cría en el pueblo de Yu Han, y que dirigía un comercio importante con cientos de portadores que caminaban penosamente cargados cada uno con doscientas libras de té prensado en forma de ladrillos, franqueando mesetas y montañas hasta alcanzar Shanghái, desde donde se exportaban.
Quizá convenga aclarar que Asia Oriental es una gran llanura o planicie que se extiende desde Pekín al no