: Ernesto Rodríguez Abad
: Garajado
: Baile del Sol
: 9788418699283
: 1
: CHF 4.00
:
: Gegenwartsliteratur (ab 1945)
: Spanish
: 136
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Garajado es la búsqueda de la libertad y del amor sin presiones, sin reglas ni papeles. Los convulsos años treinta del siglo XX traen cambios, guerras, ilusiones, fracasos y represión. Los personajes de la novela se debaten en un mundo de ideales e injusticias. La soledad, el miedo y la libertad son los ejes de esta historia que nace de los recuerdos vividos, de las voces de los narradores populares y la ficción. El canto desgarrado de los garajados (o garajaos) resuena insistente en el saliente de rocas frente al mar. El hombre, solo ante la inmensidad del océano, reconstruye los trozos de una vida que le han robado. La intolerancia, el odio, la violencia se enfrentan al amor, la libertad, la alegría. Un hombre sin nombre y una mujer sin miedo desafían a una sociedad rígida, encorsetada en las reglas de un régimen político asfixiante. Entre ellos y un pueblo temeroso de las palabras y la vida, una niña observa con asombro. Los garajados solitarios sobrevuelan la costa. Los niños siguen jugando a la guerra.

Ernesto Rodríguez Abad nació en Los Silos, donde vive actualmente. Es profesor de la Universidad de La Laguna, aunque ha impartido clases en el máster de literatura infantil de la UCLM o en la UNAM de México. Su vida artística ha girado en torno al teatro, la narración oral y la escritura. Ha creado y dirige en la actualidad el Festival Internacional del Cuento de Los Silos, ha obtenido reconocimientos y premios como Ateneo de La Laguna, Premio a la investigación teatral en Monastir (Túnez), Premio Pajarita de papel (Argentina), Premio de Teatro Santa Cruz de La Palma o el reconocimiento a su labor en educación y literatura en Quito (Ecuador) otorgándole el Premio Noûs a la excelencia educativa. Ha publicado en Argentina libros como Princesa y pirata (2020) o 15 de brujas (2000); en Brasil Contos africanos (2012) o en Colombia y México la novela Hicham, mar sin memoria (2016). En su trayectoria nacional cuenta con libros infantiles como Quijote (2015), Lazarill  (2019), El príncipe durmiente (2017), El rey que bordaba estrellas (2020), Soy un dinosaurio (2020), Cuentos africanos (2013), El niño que no sabía jugar al fútbol (2016), Escritos en la corteza (2013) o La tinta oscura (2018). Entre sus libros para adultos podemos encontrar Tres relatos fugaces de pasión (2001), Cosas de dioses (1999), Madreselva (20 8) o Lazos de humo (2018).

capítulo i


Cuando los niños juegan a la guerra,
qué tristeza.

José Luis Pernas

María oyó las pisadas desde la habitación. Retumbaban entre las paredes blancas. No parecían los cascos del caballo de su padre para subir a los caseríos de la montaña. No sonaba como el ajetreo de los chicos tras el perro, no habían dado las seis de la mañana y aún dormían; tampoco resonaba como cuando los vecinos bulliciosos retozaban en el callejón; mucho menos se trataba de Chonala Gallita cantando descaradas coplas, mientras subía los baldes de ropa sucia a lavar en la azotea.

Era demasiado temprano para que empezase la vida. Se sentó en la cama. Miró alrededor. Sus hermanas dormían plácidamente. Se sintió intranquila. Aguzó el oído. La recorrió un escalofrío. Contuvo la respiración. El inquietante sonido procedía de la calle, estaba segura.

Eran botas que humillaban la quietud de los adoquines. El chirriante ruido de un frenazo. Una orden opaca. Un camión había parado en la esquina.

En aquel suave amanecer de verano, se rompía el silencio y la quietud hipócrita del pueblo.

María se levantó y se vistió con una ligera bata sobre el camisón de muselina rematado de encajes de bolillos. Sus once años inocentes no impedían que hubiese desarrollado un especial instinto en aquella guerra que había estallado inesperada y que ella no lograba comprender. Era la guerra de ellos, de los adultos. No era la batalla de espadas de madera y escudos de cartón a la que jugaba con sus hermanos. Era de verdad y de odio. Los niños de ayer habían cambiado la pistola recortada en madera por un fusil de balas. Empezaba a comprobar con dolor que el mundo podía ser un lugar cruel y despiadado.

Caminó a tientas. Las manos estrujando el camisón por los nervios, los ojos muy abiertos. Llegó de puntillas, para no despertar a nadie, a la habitación que daba a la calle.

Su madre y Chonala Gallita estaban acurrucadas contra la ventana. Cuchicheaban. Camisones blancos, sobretodos grises y negros. Espiaban por la rendija de la contraventana entornada.

María se paró en la puerta cuando las descubrió. Abrió los ojos, de los que ya había huido el sueño, desmesuradamente. En un instante su cabeza recibióflashes de imágenes y palabras inconexas. Trataba de ordenar sentimientos y pensamientos.

 

¿Qué pasa?

 

Las mujeres, sobresaltadas, giraron en una especie de brinco. Las frentes fruncidas. Las bocas apretadas. Al unísono, se pusieron un dedo sobre los labios pálidos. La miraron asustadas y le ordenaron silencio.

Primero no entendió nada.

Se acercó a la ventana y se hizo un hueco. Chonala Gallita la acercó a su vientre. Notó su temblor. La madre estaba seria, fría. Encogía los labios.

 

¿Qué pasa?

¡Calla!

Quiero saber qué pasa.

Nos pueden oír.

¿Quiénes?

Ellos.

Tengo miedo.

 

Las voces se entremezclaban serias, mientras la habitación empezaba a clarear con la luz que se colaba por las grietas de la madera de tea olorosa.

 

Mira si se han despertado los niños.

No los oigo.

Que no salgan de la habitación.

Están dormidos, señora.

No quiero que vean nada.

Le repito que están dormidos.

 

María sintió vértigo. No le salía voz. Tartamudeaba. Se le secaron los labios. Las manos comenzaron a sudar.

Vienen a buscarlo, es bueno conmigo.

Niña, vuelve a la cama, esto no es para ti.

Yo soy su amiga, mamá, ayúdalo.

Sabía que esto ocurriría un día.

La política es asquerosa.

Calla, Chona, no empieces.

No, los hombres la hacen venenosa.

 

Las oía hablar como cuando rezaban el cansino rosario en la sala de las visitas, delante de la hornacina del Corazón de Jesús. Dudó. Se removió nerviosa y apretó la mano de la Gallita.

¿Quiénes son?

Los soldados.

¿A qué vienen?

A nada bueno.

¿Estaré soñando?

¿No dicen que la guerra está lejos, en la Península?

¡Estaré soñando!

 

La palabra sonó como un martillazo en los susurr