Las mayores posibilidades de conexión mundial ya están entre nosotros, a excepción de lugares y gentes donde la brecha digital aún forma parte de sus vidas. Vivimos en un mundo en el que la digitalización forma parte de nuestro día a día. El vertiginoso avance en las conexiones a Internet, la instantaneidad de la información, la democratización en el acceso a la misma de forma abierta y el desarrollo de las tecnologías –móviles principalmente– cada vez más sofisticadas, son las características principales que, desde hace unos años, ya casi décadas, definen la sociedad actual.
El futuro inmediato pasa a ser la automatización masiva a partir de la lógica digital.
Estamos en la era de lo posdigital o como otros autores la llaman, la cuarta revolución industrial, marcada por el posthumanismo, la era de la neurotecnología y biotecnología, y el desarrollo de estudios en torno al cerebro, la inteligencia artificial y los Big Data.
La tecnología trae consigo cambios en las esferas interindividuales, en los procesos de comunicación, relación, afecto y, por ende, educación. Una nueva revolución tecnológica que modifica la manera de vivir, de trabajar y de relacionarnos, caracterizada, en parte, por los nuevos roles que se le otorga a la inteligencia artificial representada en robots que llevarán a cabo tareas, hasta hace bien poco, reservadas para la especie humana.
La realidad extendida –realidad virtual, realidad aumentada y realidad mixta– es un hecho que ha tenido un gran impacto en la comprensión de la educación y que plantea grandes retos ante el desarrollo del metaverso y, sobre todo, de la Inteligencia Artificial (IA). Porque el metaverso ya está aquí, y la juventud lo sabe y lo experimenta. Entorno virtual donde los jóvenes interactúan socialmente con avatares, a través de dispositivos físicos –gafas, sensores, etc.– y que representa una metáfora del mundo real, pero sin limitaciones físicas. El mundo digital al que nos conectamos y donde nos introducimos con otros usuarios y actuamos como si realmente estuviésemos entre ellos. Supone ir más allá del mundo virtual, en el que quedarán registrados nuestros movimientos y donde un ente análogo a nosotros actúa según le vayamos diciendo.
Ante la llegada de este nuevo orden social, en educación es preciso estar atentos y analizar, a partir de evidencias científicas, las aportaciones que puede tener en el mundo de la educación, y en particular en la vida juvenil. Nos obligará a diseñar un nuevo código ético, a desarrollar una cultura pedagógica y a rediseñar la explicación de los procesos de construcción de la identidad en los jóvenes, objetivo del presente libro que usted, querido lector, tiene en sus manos.
Un nuevo orden social que nos ha llevado a una era en la que la conectividad no solo funciona entre las personas más jóvenes, sino que se ha expandido a la conectividad entre los seres humanos y sus productos y dispositivos, el denominado internet de las cosas. Un sistema que permite medir y monitorear la actividad de objetos y organismos vivos, acompañados por dispositivos y sistemas ciber físicos que superan los límites marcados por nuestro patrimonio biológico, corporal y genético, superando incluso los procesos de comunicación intersubjetiva por procesos de comunicación entre personas y algoritmos. Un hecho que –a la Pedagogía, en términos generales, y a la acción educativa, en particular– no puede pasar desapercibido (Suárez-Guerrero y otros, 2024).
La idea pedagógica central en la que se asienta el presente libro es clara: la epistemología tecnológica surge de la transformación del orden natural prestablecido, en el cual la especie humana en general –y la juventud en particular– pasa a ser, en parte, tecnológica porque en su naturaleza ha emergido un contexto tecnológico; lo que provoca una “re-ontologización” del mundo, con la consiguiente “re-conceptualización” de las relaciones entre el joven y su entorno, con implicaciones incuestionables en las formas de abordar la educación, algunas ni siquiera intuidas todavía. Una re-ontologización que viene caracterizada por trasladar y conectar lo físico y lo virtual, transformando la concepción que hasta ahora teníamos de las dimensiones espaciotemporales y de los artefactos y agentes intervinientes en los procesos de relación, comunicación e incluso construcción del conocimiento entre la gente joven.
Un panorama que repercute en la vida humana juvenil hasta el punto de que, a decir de algún autor, se “re-evalúa” su vida, su naturaleza (Floridi, 2014, 2015); comenzando por la reconsideración de los artefactos que median sus relaciones con el mundo, siguiendo por la de su entorno de convivencia, natural y virtual o artificial, y terminando en su propia reconsideración. Los artefactos en última instancia, y su naturaleza informacional, son los promotores de todo el proceso.
En este libro presentamos una forma alternativa de ver la tecnología, de ver el uso del móvil por parte de los jóvenes. La interpretación de las tecnologías debe superar la mera concepción instrumentalista que no va más allá de comprender el móvil desde un punto de vista performativo, es decir, instrumento que nos facilita la vida y nos permite llevar a cabo funciones de forma óptima y más eficiente.
La tecnología, en cuanto que innovación disruptiva no