Parte 4 - Tenía como 22 años…
Habían transcurrido seis años de aquella fascinante propuesta. Entre desilusiones fui descubriendo que aquel príncipe azul sólo existía en mis fantasías, pero no me importaba, no podía dejarlo, lo que sentía por él era más fuerte que todo raciocinio y madurez. Le entregué lo más hermoso de mi vida, fui su mujer, mi primera experiencia, el despertar para mí a un mundo que yo creía sería el inicio de mi tan anhelada felicidad, de sentirme cerca al cielo, de mis viajes interplanetarios, como decía yo…
A mi mamita nunca le gustó mi príncipe, en aquel tiempo no lo entendía. Eso hizo que nuestra relación se volviera mala y un tanto osca. La rebeldía fue creciendo en mí, no entendía por qué no podía salir como cualquier pareja de novios, siempre sentados en el salón de casa, mirándonos las caras. Aunque para mí en ese momento todo era suficiente, no me importaba, yo era feliz sólo con verlo, sólo con poder sentir su olor, ver sus ojos y sentir su calor.
Cuando recuerdo esos seis años de mi relación, no puedo dejar de sentir aquella sensación de miedo, ansiedad, inseguridad, nada parecido a una relación formal de novios, nada parecido a lo que en realidad es el amor correspondido. No sé cuándo, ni cómo, pero un buen día me di cuenta de que nuestra relación había cambiado. Se había transformado en algo que no entendía.
Ya no me visitaba en la casa, nos encontrábamos por ahí y directamente a un hotel, no sé cuántos hoteles conocí. ¡Qué equivocada y estúpida fui!
Mi inseparable amiga-hermana Gladys y yo, trabajábamos en una clínica de diálisis. Ya tenía más libertad para salir; pero mi príncipe no se interesaba por pasar tiempo de calidad conmigo, no me preguntaba cómo me había ido en el trabajo o qué estudios estaba tomando en la universidad. Su único objetivo, el cual ya había conseguido, hizo que cambiara completamente.
Sólo me buscaba cuando quería llevarme a un hotel. Soy consciente de que yo lo permití, ¿dónde estaba mi autoestima? ¿Mi amor propio?, no lo sé. Lo único que ahora puedo entender y ver claramente, es que eso no era amor, que dejé pasar muchas oportunidades y nada de lo que le di él se merecía, y menos yo merecía todo lo que recibí de su parte.
Imagínate que un día cuando fui a despedirlo al aeropuerto por un viaje que tenía, lo encontré besando a otra chica y sólo bastó que me dijera: “perdón” para que yo siguiera creyendo en él como una idiota.
Todo fue sólo culpa mía, porque yo lo permití. Lloré mucho, sufría decepción tras decepción, pero seguía anclada a esa relación.
Por ahí me decían: “déjalo”, “sólo juega contigo”, “sólo quiso aprovecharse de ti” “jamás se casará contigo porque se avergüenza de tu color de piel”. Por supuesto, yo era incapaz de creer algo así.
Hasta que un día, después de haber recorrido la ciudad entera desde las ventanas de un hotel, empecé a sentirme extraña. Pequeños dolores de cabeza, malestar. Algo no andaba bien en mí. ¿Estaré embarazada? me pregunté. Y poco después obtuve la respuesta.
¡Sí!, estaba esperando un bebé. Me sentí tan feliz, tan llena de esperanza. “por fin este bebé nos uniría para toda la vida”, “formaremos el hogar que siempre soñé” (pensaba). Claro, sólo yo lo había soñado.
No se imaginan todo lo que me esperaba para defender la vida que empezaba a crecer dentro de mí.
Una tarde, nos sentamos en un restaurante, según yo, íbamos a acordar la fecha de nuestro matrimonio; pero lo que escuché fue muy desolador. “María, no estoy preparado para tener un hijo, si abortas, sí me casaría contigo”.
Por supuesto le dije que jamás abortaría.
Desde aquel momento, el me cerró toda posibilidad de comunicarme con él.
Mi amiga Gladys y yo lo intentábamos, lo llamábamos y no contestaba. Nosotras insistíamos, yo quería hablar con él, quería saber cómo podíamos afrontar este nuevo futuro que ya se nos venía.
Hasta que un buen día contestó la llamada, me preguntó directamente si mi decisión había sido la de tener a mi bebé, le dije que sí y su repuesta, la que jamás olvidaré, fue: “llámame cuando cambies de idea”.
Pasaron algunos pocos meses, ya empezaba a notar en mí los cambios del embarazo. Y así de repente una mañana me buscó, me llamó y me dijo: “Voy a ir a tu casa y voy a hablar con tu mamá, nos casaremos cuando vuelva de Tacna”. Como policía, había sido cambiado para ejercer en otra ciudad. No lo podía creer. Volví a llenarme de esperanza, a imaginarme aquella vida, aquella familia que siempre soñé.
Y así, aquel día mi príncipe partió con aquella promesa; pero nunca más volvió para cumplirla.
Se burló de mis padres, dio su palabra y se comprometió a volver para casarnos. ¡Qué cobarde y poco hombre! No saben cuánto me costó perdonarme a mí misma por creer en sus falsas palabras.
No sé cuántas cartas le escribí, todas sin respuestas.
Mientras tanto, me entretenía trabajando en la clínica, recibía el apoyo de mis compañeros y amigos; pero mis padres no me perdonaban que los haya defraudado de esa manera. Y dejé de existir para ellos. Me quitaron el habla.
Yo no dejé de ir a mis controles con el doctor. Mes a mes fui comprando ropa para mi bebé y ahorrando dinero para el parto. Una amiga del barrio, que nunca olvidaré, me regaló ropa porque la mía ya no me quedaba y no podía permitirme comprar nada nuevo.
Cuando cumplí cinco meses de embarazo, fui con