: Fernando Ayala
: Zavasabel
: Espuela de Plata
: 9788419877604
: 1
: CHF 7.10
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 432
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
«Una emocionante novela de ficción política ambientada en los años 80 que enlaza las historias europeas y latinoamericanas en la lucha por la libertad frente a los Pinochet y Jaruzelski. Una pareja de corresponsales extranjeros de complejas identidades, que encuentran el amor trabajando en Zagreb, Varsovia, Santiago y Belgrado, comprometiéndose en la dura realidad de un mundo que cambia aceleradamente. Un recorrido sin complejos por las tragedias del nacionalismo insano, de las ideologías totalitarias, los abusos y violaciones a los derechos humanos en Europa y América Latina en el siglo XX. Escrito por un diplomático que ha conocido la realidad de esos países y que nos hace reflexionar sobre la necesidad de preservar la democracia de los populismos y autoritarismos que la amenazan». Josep Borrell
Fernando Ayala (Antofagasta, 1952) diplomático, académico y analista internacional de la Enciclopedia Treccani, en Italia, publica artículos en Chile, Argentina y la edición digital global de Meer.com que se ofrece en varios idiomas. Fue subsecretario de Defensa en el primer gabinete del presidente Gabriel Boric, en 2022. Economista de la Universidad de Zagreb y máster en Ciencia Política de la Universidad Católica, donde enseña, acompañó de cerca el colapso de Yugoslavia, experiencia que marcó profundamente su visión del poder, la historia y los nacionalismos. Como diplomático sirvió en Corea del Sur, Suecia, Estados Unidos hasta ser promovido a embajador, cargo que cumplió en Vietnam, Portugal, Trinidad y Tobago e Italia. También trabajó dos años en la sede de FAO en Roma. Durante casi cuatro años fue un estrecho colaborador de la ex presidenta Michelle Bachelet. Ha conocido los regímenes dictatoriales y observado desde dentro los efectos que las dictaduras ejercen sobre las personas y las sociedades. Zavasabel surge de ese largo camino recorrido como un testimonio profundo de lo que las dictaduras y los nacionalismos radicales destruyen: identidades, vínculos, vidas. Ayala ha convertido su largo andar en una novela escrita desde el corazón de los procesos históricos, donde el amor, la memoria y la libertad son las verdaderas protagonistas.

VArsovia

Retornéa Varsovia a fines de septiembre para arreglar mis temas de visa de trabajo, acreditación como periodista de una agencia extranjera, establecer algunos contactos y alquilar un apartamento. Volví nuevamente en octubre, por dos semanas, con Darya, y me instalé definitivamente el martes primero de diciembre de 1981, como lo registré en mi cuaderno. Mis visitas previas me sirvieron para presentarme ante la Asociación de Prensa Extranjera, encontrar a algunos conocidos e informarme de lo que allí ocurría. Debía abrirme camino en un medio desconocido y muy controlado, con severas limitaciones de acceso a la información, averiguar sobre las facilidades de desplazamiento y otros temas prácticos. El viaje con Darya sirvió para que conociera algo del país al que esperaba viniera con frecuencia. Fue fundamental su buen olfato y gusto a la hora de decidir el lugar y apartamento donde finalmente me instalé. Claro, se había informado previamentey yo tambiénde los lugares más convenientes donde vivir. Varsovia le pareció una ciudad atroz. La gente triste, gris, edificios planos, muy pocos parques o áreas verdes, frío, poco amigable, con un idioma imposible y con las tiendas vacías. Seríamos de todas maneras privilegiados, como corresponsales, con libertad de salir del país cuando quisiéramos y con divisas en el bolsillo. Encontrar un buen lugar tampoco parecía fácil, pero la fuerza del marco alemán ayudó a despejar el camino, y luego de visitar varios lugares, obtuvimos un confortable apartamento a través de la oficina de gobierno, que estaba terminando de ser refaccionado, luminoso, amplio y con buena calefacción. Ubicado cerca del corazón del centro histórico, estaría disponible a partir de la última semana de noviembre. Buena parte de la ciudad había sido destruida, luego de la barbarie de los años de guerra; y del histórico Gueto de Varsovia, casi hecho desaparecer, quedaban solo restos del muro y uno que otro edificio. Nos alegró la vida saber que tendríamos un espacio cómodo y bien ubicado para vivir. Disfrutamos arreglándolo de la mejor manera, una vez que me fue entregado; compramos unas bellas copas de cristal en un anticuario, lámparas no muy bonitas, pero no había más, algunos adornos, candelabros, encargamos cortinas, conseguimos dos escritorios para trabajar y decidimos que traeríamos muchos libros para leer, incluyendo de poetas a los que siempre se desea volver, nuestros discos favoritos y una buena radio, con una poderosa onda corta para escuchar emisiones desde el extranjero. También activamos contactos en las embajadas de Francia, Italia y de Yugoslavia, lo que sería muy útil para mi trabajo. Darya se comprometió a pasar todo el tiempo posible conmigo para que no me fuera a deprimir, y nos dedicaríamos a buscar todo lo positivo que podía ofrecer el régimen comunista polaco, que no era mucho, pero sí conciertos, ballet, ópera, y claro, cine de los países del Este: ruso, checo y polaco naturalmente, entre muchos otros, aunque el idioma era una dificultad enorme. Viajamos en esos días finales de octubre, desde Varsovia, a visitar a una amiga de Darya a Cracovia, quien había sido compañera de universidad en París, Kateryna. Acordamos que seríamos fuertes y visitaríamos el campo de concentración de Auschwitz. La ciudad nos pareció mucho más bella que Varsovia. Grandes parques, el imponente castillo, un muy buen museo, la hermosa plaza con su torre y leyendas. Caminamos mucho y nos sentábamos en los parques a observar a las personas que transitaban, viendo el amarillar de las hojas y su caída desde los añosos árboles en las horas finales del otoño, vencidas por el viento. Aprovechábamos de hablar los temas que considerábamos más sensibles, cuando estábamos al aire libre. Habíamos escuchado todo tipo de recomendaciones sobre las sospechas que recaían contra los periodistas y corresponsales extranjeros occidentales. «Cuidado con los micrófonos, están en los lugares menos pensados», «los hoteles están controlados» y cosas similar