: Pierre Ambroise Choderlos de Laclos
: Mauro Armiño
: Las amistades peligrosas
: Ediciones Siruela
: 9791387688370
: Libros del Tiempo
: 1
: CHF 10.80
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 448
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
«Si este libro quema, quema como solo el hielo puede quemar».  Charles Baudelaire «Las amistades peligrosas, en resumen, conforma una mitología contemporánea».  André Malraux En esta novela epistolar, ambientada en las postrimerías del siglo XVIII, dos aristócratas sin escrúpulos, la marquesa de Merteuil y el vizconde de Valmont, forjan una alianza para convertir la seducción en un juego cruel, en un refinado duelo libertino. El objetivo inmediato será pervertir a una respetable viuda, a una quinceañera recién salida del pensionado y a su joven pretendiente. Sin embargo, los tejemanejes de Merteuil y Valmont acabarán revelando más que su afición al escándalo. Conforme aparezcan las voces de los demás personajes, se pondrán en evidencia las dobleces de toda una sociedad, así como los peligros universales que comporta la pasión amorosa. Las amistades peligrosas, que ponemos a disposición del lector en una nueva traducción a cargo de Mauro Armiño, no es solo una de las obras maestras de la literatura francesa, sino uno de los libros más descarados, divertidos y cautivadores de la literatura europea del siglo XVIII.

Pierre Ambroise Choderlos de Laclos (Amiens, 1741-Tarento, 1803) fue un escritor y oficial militar francés considerado durante décadas tan escandaloso y transgresor como el marqués de Sade o Restif de la Bretonne.



Carta LI

LA MARQUESA DE MERTEUIL
AL
VIZCONDE DE VALMONT



En verdad, Vizconde, sois insoportable. Me tratáis con tanta ligereza como si fuera vuestra amante. ¿Sabéis que me enfadaré, y que en este momento estoy de un humor espantoso? ¡Cómo! Debéis ver a Danceny mañana por la mañana; sabéis lo importante que es que os hable antes de esa entrevista, y sin preocuparos más, ¿me dejáis esperaros todo el día para ir a correr no sé a dónde? Sois la causa de que haya llegadoindecentemente tarde a casa de Mme. de Volanges, y que todas las ancianas señoras me hayan encontradomaravillosa. He tenido que lisonjearlas toda la velada para calmarlas; porque no hay que enfadar a las ancianas; son ellas las que hacen la reputación de las jóvenes.

Ahora es la una de la mañana, y en lugar de acostarme, como me muero de ganas, tengo que escribiros una larga carta que va a multiplicar mi sueño por el aburrimiento que ha de causarme. Sois muy afortunado de que no tenga tiempo para reñiros más. No vayáis a creer por eso que os perdono; es solo que tengo prisa. Escuchadme pues, seré rápida.

A poco hábil que seáis, mañana debéis conseguir la confidencia de Danceny. El momento favorable para la confianza es el de la desgracia. La pequeña ha ido a confesar; ha contado todo, como una niña; y después se ha atormentado tanto con el miedo al diablo que quiere romper absolutamente todo. Me ha contado todos sus pequeños escrúpulos con una vivacidad que me informaba de lo exaltada que tiene la cabeza. Me ha enseñado su carta de ruptura, que es una auténtica lección de moral. Ha parloteado una hora conmigo, sin decirme una palabra que tenga sentido común. Pero no por ello ha dejado de ponerme en un aprieto, porque, como supondréis, no podía correr el riesgo de sincerarme con una cabeza tan mala.

Sin embargo, en medio de toda esa palabrería he visto que no ama menos a su Danceny; he observado incluso uno de sus recursos que nunca faltan en el amor, y del que la pequeña es víctima de forma bastante divertida. Atormentada por el deseo de ocuparse de su amante, y por el temor a condenarse por ocuparse de él, ha imaginado rogar a Dios que se lo haga olvidar; y como renueva esa plegaria en cada instante del día, encuentra la manera de pensar en él constantemente.

Con alguien másexperto que Danceny, este pequeño acontecimiento tal vez sería más favorable que contrario; pero el joven es tan Céladon65 que, si no lo ayudamos, necesitará tanto tiempo para superar los más ligeros obstáculos que no nos dejará el de poner en práctica nuestro plan.

Tenéis desde luego razón; es una lástima, y estoy tan molesta como vos de que sea el héroe de esta aventura; pero ¿qué queréis? Lo que está hecho, hecho está; y la culpa es vuestra. Pedí ver su respuesta.66* Me ha dado pena. Le hace razonamientos hasta más no poder para probarle que un sentimiento involuntario no puede ser un crimen: ¡como si no cesara de ser involuntario desde el momento en que se cesa de combatirlo! Esta idea es tan simple que incluso se le ha ocurrido a la pequeña. Él se queja de su desgracia de una manera bastante conmovedora; pero su dolor es tan dulce y parece tan fuerte y tan sincero que creo imposible que una mujer que encuentra la ocasión de desesperar a un hombre hasta ese punto, y con tan poco peligro, no haya intentado permitirse esa fantasía. Le explica por