Traducción de Inga Pellisa
0. Introducción
Becca Rothfeld
En el mundo invertido de Franz Kafka, la culpa precede al pecado y el castigo precede al juicio, de modo que, como es natural, la jaula precede al pájaro.
«Una jaula salió en busca de un pájaro», escribió con enigmática floritura en 1917, mientras se encontraba convaleciente en el bucólico pueblo de Zürau a raíz de su diagnóstico de tuberculosis. Dos años antes, había dejado inacabadoEl proceso, que empieza con una detención repentina y termina con un reconocimiento indirecto de culpabilidad, y cinco años más tarde emprenderíaEl castillo, que empieza con una serie de difusas recriminaciones y termina —en la medida en que podemos decir realmente que «termina»— con una serie aún más difusa de transgresiones. En términos estrictos, ambas novelas están inconclusas: ni una ni otra sació la famosa implacabilidad de Kafka, cuyo perfeccionismo era un suplicio, y tanto una como otra estaban inacabadas en el momento de su muerte. Son jaulas, no cabe duda —opresivas, claustrofóbicas—, y puede que estén condenadas a seguir buscando eternamente a sus pájaros.
LosCuadernos en octavo, los diarios que escribió Kafka a lo largo de los siete meses idílicos que pasó en Zürau con su hermana, son esencialmente aforísticos. De hecho, tiempo después recopiló sus contenidos en un breve volumen de máximas gnómicas que se publicaron póstumamente; en un primer momento, bajo un título sentimentaloide escogido por su mejor amigo y albacea literario, Max Brod:Consideraciones acerca del pecado, el dolor, la esperanza y el camino verdadero, que se terminó rebautizando comoLos aforismos de Zürau, tal vez porque sus contenidos no son ni de lejos consideraciones acerca del «camino verdadero». Ese edificante vigor que evoca el título de Brod, y que le iría como anillo al dedo a un libro de autoayuda, no lo vemos por ningún lado en el extraño texto de Kafka. Al contrario: los aforismos son crípticos y enigmáticos, vagos como fábulas, agoreros como maldiciones. Si bien son breves y parcos, despojados de todo elemento superfluo, esa austeridad no los hace más fáciles de entender. «Leopardos irrumpen en el templo y beben el contenido de las copas sagradas; esto se repite una y otra vez; finalmente, esto se puede calcular de manera anticipada y deviene parte de la ceremonia», leemos. Y otro advierte (¿o meramente informa?) de que: «Tú eres la tarea. Ni un solo discípulo hasta donde la vista alcanza».1
Frente a líneas tan desconcertantes como acertijos, puede que comencemos a entender a esa jaula en busca de pájaro, pues también nosotros ansiamos apresar un fugaz aleteo de comprensión.
«Una jaula salió en busca de un pájaro» es un título idóneo para una colección de relatos escritos como homenaje a Kafka con motivo del centenario de su muerte, en particular cuando tantos de los que se incluyen en este volumen abordan precisamente la clase de trampa que a él le obsesionaba: la que nos sigue allá donde vayamos. En el mundo de Kafka, las jaulas aparecen en los lugares más inadvertidos y