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ALREDEDORES DE BLY, OREGÓN
MONTAÑA GEARHART
19 DE NOVIEMBRE DE 1944
—Caray. Maldita sea. No irás a…
Archie Mitchell agarró el cambio de marchas de su sedán, un Nash 600 de 1941, pero notó que las ruedas patinaban en el barro.
Las últimas lluvias del otoño habían embarrado la carretera de Dairy Creek hasta convertirla en un oscuro riachuelo que serpenteaba entre los densos pinos reales y los enebros que tapizaban la ladera de la montaña. La inquietud se le agarró al estómago. Tenían que haber sabido que no se puede tomar una pista forestal en esta época del año.
—¡Los niños, Arch! —le advirtió Elsie desde el asiento del copiloto. Sus rizos rubios, sus labios rosas.
Sus ojos color avellana echaron un vistazo al espejo retrovisor. En el reflejo: un barullo de telas de pana y de lana a cuadros verdes y marrones, unas cuantas rodillas revueltas y calcetines medio escurridos. Los chicos de los Patzke, Dick y Joan, y otros tres —Jay Gifford, Edward Engen y Sherman Shoemaker— completaban la excursión. Todos iban repeinados, de domingo. Iban tarareando y canturreando cancioncillas. Dick Patzke tiró de la coleta de su hermana adolescente en el asiento de atrás.
—¿Nos hemos quedado atascados? —preguntó Ed.
—Todo va bien —aseguró Elsie a los niños—. El Señor nos ha puesto una pequeña prueba en el camino, eso es todo.
«Una prueba en el camino». Archie sonrió. Su mujer tenía razón. Debía tener cuidado con lo que decía. Con razón fue la mejor alumna del Instituto Bíblico Simpson1, no como él. De algún modo, a pesar de sus muchos defectos, Dios consideró adecuado darle a Elsie.
Volvió a pisar el acelerador y esta vez el coche dio una sacudida hacia delante, dejando un reguero de lodo grisáceo tras ellos cuando las ruedas recuperaron la tracción.
—¿Lo ves? —Elsie le dio una palmadita en la rodilla. Intentó animarse, pero el mal presentimiento y los nervios que llevaban toda la mañana atenazándole el pecho no se le iban.
Y eso era justo por lo que estaban allí. La excursión a la montaña Gearhart había sido idea de Elsie. Llevaban tiempo sin salir de casa; Archie se preocupaba mucho de que Elsie estuviera bien, pero necesitaban hacer algo distinto. Iban a volverse locos si no les daba un poco el aire, no era normal en una pareja feliz y joven, en la flor de la vida. Además, habían oído que los Patzke acababan de perder a su hijo mayor en el extranjero. Sin duda, su deber como pastor era acercarse y ofrecer su cariño a esa familia deshecha. No le vino nada mal que un par de pescadores entusiastas de su congregación le dijeran que las truchas aún picaban en Leonard Creek.
—Mi pescador nunca pierde la esperanza —se había burlado Elsie un rato después, ya por la noche, tendidos en la cama uno junto al otro bajo el resplandor amarillo de las lámparas gemelas de sus mesillas—. ¿No sería bonito hacer algo por los chicos de los Patzke? ¿Una excursioncilla cualquier domingo? Así los Patzke podrán estar un rato a solas y llorar la muerte de su hijo, ¿no te parece? Además, si pronto voy a ser mamá, me vendrá bien practicar…
Intentaba distraerlo de sus pensamie