Capítulo 1
Hacia una (¿nueva?) visión de los
problemas escolares y su resolución
Las escuelas y los institutos son lugares plagados de problemas. Los alumnos a menudo parecen poco interesados en aprender, están desmotivados y aburridos; una proporción importante de maestros se encuentran desbordados por la indisciplina en el aula y cuestionados por estudiantes desafiantes; los padres con frecuencia se sienten acusados por el colegio y a su vez culpan y reprochan a los profesores. Los directivos tratan de contener el descontento y sobrevivir al aluvión de requerimientos burocráticos mientras luchan por una educación de calidad. Las orientadoras, losPTSC e integrantes de los equipos multiprofesionales se sienten con demasiada frecuencia impotentes ante la falta de medios, tiempos y espacio, en un contexto social en el que la educación está cada vez más desatendida y muchos alumnos viven en situaciones de precariedad e incluso de pobreza.
Pero las escuelas e institutos son también lugares llenos de soluciones. Muchos alumnos disfrutan de los compañeros y también de las clases, se ayudan y se apoyan unos a otros, incluso se levantan por las mañanas con ilusión por ir a la escuela. La mayoría de los profesores se esfuerzan no solo por enseñar, sino también por educar verdaderamente a sus alumnos, se sienten satisfechos tras una buena clase y motivados cuando participan en algún proyecto de innovación educativa. Muchos padres apoyan a sus hijos, se involucran en las asociaciones de madres y padres de alumnos (AMPA) y mantienen una relación de colaboración con el centro. Muchos profesionales de la educación consiguen excelentes resultados pese a sus condiciones de trabajo.
Por lo tanto, en el campo de la educación podemos encontrar innumerables problemas, pero también muchos recursos y muchas fortalezas. El hecho de que nos centremos en los unos o en las otras tiene implicaciones profundas, como se puede apreciar en los dos siguientes ejemplos de caso:
Anastasia, maestra de 4.º de primaria, fue a hablar con la psicóloga del equipo multidisciplinar de intervención escolar para pedirle que se diagnosticara y tratara el «TDAH» de Jonathan, un niño guineano de 10 años que se había incorporado al colegio a mitad de curso, dos meses antes. Anastasia estaba cansada de la conducta de su alumno que, en vez de quedarse sentado en su silla, deambulaba con frecuencia por la clase e interfería en las tareas que hacían los compañeros. Además, hablaba muy alto y contestaba a las preguntas de su maestra de forma irreflexiva y sin respetar los turnos. Anastasia había intentado reconducir la situación y que Jonathan se adaptara al ritmo de la clase, pero lo único que había conseguido era que sus compañeros empezaran también a descentrarse. Para empeorar las cosas, el chico solía acudir sin los deberes hechos y a menudo se dejaba el material escolar en casa; Anastasia no conocía a los padres, pero sospechaba que tenían desatendido a su hijo. La psicóloga, desbordada por la carga de trabajo que tenía en esos momentos, optó por derivar el caso directamente a salud mental, con la idea de que se lo medicara. Además, dió a la profesional dePTSC la indicación de que hiciera una visita a los padres para explorar su posible negligencia y enseñarles a poner límites a su hijo.
La entrevista de laPTSC con los padres resultó desalentadora. El padre no apareció, y la madre se puso a la defensiva en cuanto le mencionaron la posibilidad de medicar a su hijo: terminó acusando a la maestra de no saber llevar bien a Jonathan y a laPTSC de racista. LaPTSC salió de la casa del niño con la sospecha de que la madre de Jonathan tenía un trastorno de personalidad y con la certeza de que no podría contar con ella. Confirmada la mala disposición de los padres, orientadora yPTSC concluyeron que no podrían contar con ellos para ayudar a Jonathan y se reafirmaron en la necesidad de que el niño fuera medicado. Decidieron también informar de la situación a los servicios sociales.
Comparemos el caso anterior con una historia diferente:
Merichel, maestra en 4.º de primaria, estaba harta de las conductas disruptivas de Manuel. A Manuel le costaba atender en clase y centrarse en las tareas escolares, y con cierta frecuencia molestaba a sus compañeros de mesa. Había roto sus manualidades en varias ocasiones e incluso había llegado a pinchar con una tijera a su compañero de mesa. Cuando Merichel habló con la orientadora del equipo multiprofesional, esta la escuchó con atención y después le preguntó qué era diferente en las ocasiones en las que Manuel sí atendía en clase y colaboraba con sus compañeros. Merichel tardó un tiempo en contestar, pero fue capaz de identificar varias situaciones en las que la conducta de Manuel era mejor: había algunos temas en los que ponía mucho interés, y también había un grupo de niños con