Índice
Introducción
Miércoles, 9 de abril de 1986
Tarde del 9 de abril de 1986
Jueves, 10 de abril de 1986
Viernes, 11 de abril de 1986
Tarde del 11 de abril de 1986
Sábado, 12 de abril de 1986
Introducción
Fue Egon Amman, el editor, quien en la primavera de 1985 dio el estímulo para este libro; para un libro de esta naturaleza: una conversación. A mí me resultó oportuna, siempre que el interlocutor fuera Peter Handke. De sus libros anteriores, y de un par de encuentros también, yo había aprendido mucho: no esto o aquello, sino una mayor sensibilidad frente a lo supuestamente obvio; yo había quedado estimulado a confiar más en mis sentimientos y en mi experiencia que en la manera de pensar impuesta por la moda. Pero no quise seguir su evolución ulterior a partir deEl miedo del portero al penalty y de manera más absoluta a partir deCarta breve para unlargo adiós; conservé la imagen que me había hecho de él: fijado en ella, lo perdí de vista mientras él seguía otro camino. Mi propia experiencia: la del vivir (especialmente la de la impotencia del pensar y el conocer ante la situación social) y la de leer (aquí se me abrió el mundo del Hofmannsthal tardío) fue la razón de que me sintiera interpelado entonces por la poesía dramática, por la que sentía curiosidad, de que me parecieran de entre los trabajos de la época temprana de Handke los más significativos aquellos que estaban destinados al teatro. El Año Nuevo 1983/1984, mientras recorría el Saalach, el pequeño río que forma la frontera entre Baviera y Austria, y con el Monchsberg ante los ojos, leí lasFantasías de la repetición. Allí encontré expresadas muchas de las cosas que me rondaban por la cabeza entonces en conexión también con el conocimiento de Hofmannsthal; la única razón por la que no quise ceder al deseo de llamar al autor fue que no había leído, o solamente «recorrido» mediante una lectura sin comprensión, la prosa que lleva a laPoesía dramática.
El estímulo del editor fue la bienvenida ocasión para que leyera nuevamente la obra completa de Handke, y en el caso de la prosa de la última época y la mayor parte de las notas, las leyera entonces por primera vez o, al menos, por primera vez a fondo, es decir, las «estudiara» (página 172) sumándoles los ensayos escritos sobre ella. Me subsistieron fuertes reservas y se concretaron; en las conversaciones siguientes aparecerán de manera más que clara. Mejor pertrechado, pensé, después que también otra cosa se hizo urgente, que podía acometer la empresa, consciente de que debían ser ahora o nunca. Si de ello resultara algo que reflejara el sentido de la ocasión externa, era algo que quedaba pendiente, como una consideración de segundo rango.
A fines de diciembre de 1985 le escribí a Peter Handke, refiriéndole de qué manera se había llegado al proyecto y sin ocultarle mi recelo respecto a éste, dando por poco posible que su recelo no fuera aún mayor. La respuesta fue más favorable de lo esperado, aunque no sin reservas: «Su carta, independientemente de la propuesta que contiene, me fue grata (y lo sigue siendo) [...] Estoy de acuerdo con la conversación, sólo que actualmente estoy con mucho trabajo y seguiré estándolo bastante tiempo. ¿Qué le parecen dos días al comienzo del verano?» No habían pasado dos meses cuando quedó libre; con fecha del 1º de marzo de 1986 llegó la lacónica noticia: «Ya he terminado, y me cuadraría si nos pudiéramos encontrar aquí a mediados de abril un par de tardes [...]» El 14 de marzo, después de que me hubiera manifestado de acuerdo, me escribió: «Sí, ambos hemos quedado cogidos en la red y trataremos de aprovecharlo. Le propongo: dos o tres días entre el 9 y el 13 de abril. Llámeme: ahora he vuelto a bajar las escaleras para atender el teléfono». Así pues, transcurridos más de dos años, el llamado tuvo lugar, y los dos o tres días se hicieron cuatro, días que para mí fueron casi irrealmente hermo