1. Más allá de la biología y del giro lingüístico
El brillo de un acto heroico
tan extraña iluminación
la lenta mecha de lo Posible es encendida
por la imaginación.
EMILY DICKINSON,The Poems of Emily
Dickinson Reading Edition, 1999, p. 6081
Juan, un experimentado terapeuta, me consulta acerca de una familia durante un seminario que estoy dictando. Siguiendo un modo habitual de presentar una situación clínica, describe a la familia dando datos básicos acerca del padre, la madre y las hijas. Dice sucintamente que una de las niñas, adolescente temprana, tiene una enfermedad congénita que le dificulta la comunicación verbal. Dice también que siente que esa familia no lo oye y que no está convencido de estar siendo efectivo en su intervención, a pesar de haber usado diferentes modalidades técnicas que maneja con soltura. Continúa hablando de la última sesión con esta familia y describiendo un conflicto habitual entre ellos. Pero yo no me puedo concentrar, me he quedado con una imagen, vaga por cierto, de la niña enferma de nacimiento. Le pido que invente nombres para los miembros de la familia, ya que sólo habían sido descritos por su posición y papel en la familia. Tras pensarlo un poco, nombra a todos, incluyendo a la niña en la que me había quedado pensando, a quien llama «Elena» o «Helena», sin que yo pueda saber cual de las dos versiones del nombre está usando, ya que la letra hache es muda en español. Me quedo impregnado con las imágenes de estos nombres sumadas ahora a la de la niña. Juan continúa contando el último conflicto familiar y dando una descripción de lo que él hizo, pero nuevamente no logro mantener la atención en lo que me está diciendo. Lo interrumpo disculpándome y le explico lo que me pasa, le digo que no puedo seguir lo que me está contando y que es más importante para mí atender a aquello que me toca y no a una historia que tengo que hacer esfuerzos para escuchar con atención. Le aclaro que esto no tiene nada que ver con la cualidad de lo que él está haciendo terapéuticamente. Le pregunto acerca de la niña, a la que sigo teniendo ante mis ojos, aunque no se detalles de su patología física específica: «¿La has llamado Helena con hache o Elena sin hache?». Hay un breve silencio. Alguien de la audiencia levanta su mano y, cuando lo miro, me pregunta: «¿Me podría explicar que importancia tiene, en este momento y en esta situación, saber cómo se escribe el nombre? Sobre todo considerando que es un nombre que acaba de ser inventado». Le digo que su pregunta es muy pertinente y de sentido común y que se la contestaré, pero que preferiría primero escuchar la respuesta de Juan, el terapeuta, a mi pregunta. Me giro hacia Juan, que dice, sin hesitar: «Es Helena con hache». Le pregunto: «¿Cómo lo sabes?». Y me dice rápidamente: «Porque lo veo», mientras se señala la frente con sus manos. Me vuelvo hacia la audiencia y digo, mirando a quien me había hecho la pregunta acerca de la pertinencia de mi interés: «Cuando imaginamos un nombre para un paciente en una sesión de consulta como ésta, con una audiencia, por motivos de confidencialidad, estamos tomando, del repertorio de nombres que circulan en una cultura, aquel que, de algún modo, probablemente desconocido para quien elige en el momento de la elección, nombra aspectos de esa persona que nos tocan, insertándola en la historia de significados asociados al imaginario social que los nombres propios habitan. Juan está nombrando algún aspecto pertinente de la situación en la que se encuentra, de la cual el nombre es parte y testimonio. Y todos nosotros nos podemos sumar durante esta consulta a esa situación que ahora nos incluye. Me interesaba saber qué nombre era del mismo modo en que podría haber preguntado que color de piel o de cabello tiene esta niña, si sus uñas son largas o cortas, si sus pies son pequeños o grandes, si le resulta atractiva o captura la atención de nuestro colega o, por el contrario, lo invita a distraerse de prestarle atención, o muchas otras cosas de las que en general no hablamos porque estamos entrenados para ocuparnos más bien de lo que se dice y, sobre todo, de lo que ya se ha dicho. Solemos hacer una especie de autopsia del habla que se extrae de la experiencia vívida pero, por suerte, nunca lo logra completamente. La imagen persistente, que pudiera haber sido fugaz, de esta niña, me llevó a hacer esa pregunta sobre su nombre porque necesitaba verla con más nitidez yun nombre no solamente significa algo sino que es como una piel, una parte sensual de la experiencia con su propia textura. En