Prólogo
Ningún niño puede desarrollarse si no puede encontrar a su alrededor un nicho sensorial que lo envuelva y tutorice su desarrollo. Este nicho afectivo se compone de los comportamientos inevitables de la vida cotidiana: alimentar, hablar, dar seguridad, el cuidado del cuerpo y su limpieza. Sería erróneo referirse a lo cotidiano como banal, porque estos comportamientos son vitales, indispensables para la supervivencia del bebé.
Esta estructura sensorial, compuesta por el cuerpo del dador del cuidados, proporciona tutores de desarrollo: el olor del hueco supraclavicular, el brillo de los ojos, la prosodia de la voz, el modo de acunar o de manipular al niño, componen un envoltorio sensorial que se inscribe en la memoria del bebé durante las interacciones precoces, en el curso de los primeros meses del embarazo y los primeros años del desarrollo del niño preverbal.1
Este nicho sensorial, aunque es biológico, está estructurado por la historia de los padres y su forma de coordinarse. Cuando ambos padres han adquirido, en su propia infancia, un apego seguro, el bebé está rodeado por un conjunto de comportamientos coherentes, predecibles, ya que se inscriben en su memoria a través de la regularidad de las interacciones. El bebé se desarrolla entonces en un entorno estable, dinamizador y dador de seguridad.
Cuando el apego entre los padres incluye elementos de evitación, porque adquirieron durante su infancia un estilo afectivo distante, el bebé tendrá que desarrollarse en un nicho afectivo más frío y distante.
Cuando los padres son ambivalentes, no es infrecuente que entren en rivalidad o incluso en conflicto para ocuparse del bebé y atraer su atención. En tal caso el mundo sensorial que rodea al niño se torna más difícil de prever. El recién nacido no sabe si va a recibir un afecto dinamizador y que le proporcione seguridad o, por el contrario, interacciones crispadas por la rivalidad parental.2
Los tutores de desarrollo dispuestos en torno al bebé se componen de las bases sensoriales que provienen del propio desarrollo de los padres. Por eso los vínculos parentales seguros disponen alrededor de los niños tutores de desarrollos seguros, de tal modo que impregnan la memoria del niño con un estilo afectivo seguro que facilita la socialización preverbal en la guardería y en la escuela.
Sea cual sea la cultura, este nicho sensorial es universal. Permite la supervivencia de los niños. Pero el nicho vital se estructura de modos sorprendentemente distintos según las culturas. En nuestra cultura occidental moderna, la madre y el padre a menudo se coordinan, y los bebés suelen estar solos en habitaciones confortables. Tal organización es impensable en una cultura asiática, donde un bebé nunca está solo. A menudo adquiere muy pronto un apego seguro que tendrá que establecer con su grupo familiar. En Occidente, la «persona» se ha convertido en un valor tan prioritario, que un niño seguro consagrará sus pequeña fuerzas a su propia realización, para felicidad y orgullo de sus padres. En muchos pueblos africanos es un grupo de mujeres el que rodea al recién