Prefacio
En estos últimos decenios hemos asistido al redescubrimiento del concepto de trauma y a su difusión y amplia aplicación, no sólo a las consecuencias dramáticas que afectan a poblaciones víctimas de catástrofes naturales, de accidentes o de atentados, sino también a aquellas situaciones más sutiles —grandes y pequeñas— que de forma sistemática dañan diariamente a personas débiles e incapaces de defenderse emotiva e intelectualmente. Somos conscientes de que las reacciones agresivas y oposicionistas, así como las depresivas y conformistas,o los déficits y los trastornos del pensamiento, como también las emociones empáticas o incluso las dificultades en el aprendizaje y en la sociabilidad de muchos niños, no dependen de sus vivencias internas, de factores constitutivos ni de propensiones biológicas, sino de la continua y sistemática exposición a relaciones con adultos y con padres que minan su confianza básica y sus capacidades.
En este sentido, el redescubrimiento del concepto de trauma es valioso, ya que se refiere a situaciones reales, a acciones ocurridas en lo cotidiano, a agresiones físicas y verbales dirigidas hacia otros seres humanos, que tienen el poder de desestabilizar, de alterar los mecanismos neurológicos, de confundir y de modificar los recuerdos, de disregular las emociones y de transmitir una idea distorsionada del mundo y de las relaciones humanas. Conocer los funestos efectos de las relaciones traumáticas sobre el desarrollo de la persona debería acompañarse de una mayor atención a las condiciones, a las motivaciones personales y a las dinámicas relacionales que inducen a los adultos y a los padres a cometer acciones tan dañinas. Hasta el momento esto no ha sucedido, al menos no de manera sistemática y cabal. Sabemos poco sobre los adultos que descuidan, maltratan o abusan de sus hijos, y conocemos menos aún las dinámicas y relaciones que en el seno de una familia llevan al extremo de provocar la muerte de un hijo.
Ciertamente, no podemos decir que no existan investigaciones empíricas sobre los factores de riesgo o las condiciones que predisponen a ejercer la violencia, o estudios sobre las características de la personalidad de los adultos abusadores. Éstas, sin embargo, nos proporcionan uncorpus de resultados fragmentario y no siempre aclaratorio, muestra de la extrema complejidad de este campo de estudio, en el que varios indicios asociados son, de vez en cuando, significativos. Las estructuras rotas de estas familias que no tienen los roles bien definidos, la falta de normas educativas, los conflictos entre los padres, la insatisfacción personal y familiar, la presencia de adicción al consumo dedrogas y alcohol, problemas psiquiátricos en un progenitoro en ambos, incluso las desigualdades sociales y culturales o experiencias violentas sufridas por estos padres en sus respectivas infancias, representan esos otros factores que predisponen o condicionan problemáticas cuya asociación con los com