Prólogo
La lección de los plebeyos
Germán Cano
I
«Los filósofos en la calle». La célebre foto periodística llevaba este encabezado y mostraba a Foucault, provisto de un megáfono, arengando, al lado de Sartre, a los manifestantes reunidos para denunciar un crimen racista en larue Marcadet, en el distrito XVIII de París, un barrio popular en el que se habían instalado masivamente trabajadores inmigrantes. Es 27 de noviembre de 1971, pero aún resuena la proliferación de ecos del 68. En ese momento –escribe Jacques Rancière–,
entre la creación de la Universidad de Vincennes y la del Grupo de Información sobre las Prisiones, eltecnócrata estructuralista se encontraba en la primera fila de los intelectuales en quienes se reconocía el movimiento antiautoritario. De repente, la cosa parecía evidente: aquel que había analizado el nacimiento del poder médico y el gran encierro de locos y marginales estaba dispuesto a simbolizar un movimiento que se metía no solamente con las relaciones de producción y las instituciones visibles del Estado, sino con todas las formas de poder diseminadas en el cuerpo social.1
No deja de ser curioso que Sartre y Foucault aparezcan juntos en esa escena: quien entendía que Foucault, junto con otros, representaba «la última muralla de la burguesía contra el marxismo» y quien pasaba, y seguirá pasando hasta hoy, como uno de los principales críticos del marxismo no dudaban, sin embargo, en aparecer juntos en el agitado contexto de la época. Ahora bien, ¿estaban realmente «en la calle»?, ¿en qué sentido? ¿Podríamos decir que encarnaban en algún sentidolo real del acontecimiento? ¿Qué podemos decir de eseviaje al pueblo en el 68 cuando se empezaba a imponer una crítica política de los excesos de la crítica ilustrada, sobre todo de esa figura llamada el «intelectual universal» presta a emancipar a los otros?
El marxismo, «horizonte insuperable de nuestro tiempo». Esta célebre expresión aparecida en laCrítica de la razón dialéctica de Jean-Paul Sartre parecía ofrecerse, a principios de los años sesenta del pasado siglo, como el signo de época: «Lo que empezaba a cambiarme –escribía Sartre– era la realidad del marxismo, la pesada presencia, en mi horizonte, de las masas obreras, cuerpo enorme y sombrío que vivía el marxismo, que lo practicaba y que ejercía a distancia una atracción irresistible sobre los intelectos de la pequeña burguesía». Será poco tiempo después cuando, en plena efervescencia posestructuralista, Michel Foucault ironice sobre la expresión y anuncie, como cronista, otra encrucijada histórica, otros problemas no detectados bajo el radar marxista, otro tipo de intelectual, otra relación con la sociedad. Otra emancipación. El 68 había llegado y mostrado un escenario nuevo, con protagonistas de autoridad menos pesada, más jovial, otros corrimientos de tierra, otras reivindicaciones. Conocemos las consecuencias desde entonces: poshistoria, posmarxismo, dispersión, fragmentación, emergencia de nuevos actores sociales. Una nueva lógica estética, social y política, en suma. ¿Cabría hablar hoy, acercándonos a la segunda década del sigloXXI, parafraseando a Sartre, pero ante un telón de fondo muy distinto, de una «emancipación popular como horizonte insuperable de nuestro tiempo»? ¿Un horizonte «plebeyo» orientado a cuestionar lo que en este libro que aquí presentamos se llama «presupuestos de los espíritus letrados»? ¿Una apología del viaje y del viajero que ha pasado de denunciar «la indignidad de hablar por los otros» a la indignidad delturista?
Así era la flor antaño prometida por un texto de Mao Zedong a quienes aceptaban salir, ir a mirar fuera de la ciudad y de los libros, apearse del