EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA
Nietzsche tenía razón cuando aludía aEl nacimiento de la tragedia como si hubiera parido un «centauro»,1 pues, la verdad, es una obra en la que convergen cosas heterogéneas. Sería una pena que por eso se pasara por alto el fascinante encanto del libro. Que el lector atento no se deje engañar: debe soslayar sus debilidades. Los sistemas kantiano y schopenhaueriano son incapaces de darle tratamiento adecuado a las preguntas que se plantean, la música de Wagner lo mismo; y sin embargo, Nietzsche alcanza el objetivo que se propone. Y lo que consigue es desvelar lo dionisíaco, delimitarlo frente a lo apolíneo. Desvelamiento del que, después, nunca dejó de sacar provecho; y con razón, pues aportaba mucho más de lo que aquellos de sus contemporáneos que leyeron el libro fueron capaces de descubrir en él. Se trataba del descubrimiento de una nueva senda hacia un mundo que desde hacía tiempo se creía desaparecido, con el cual ya nadie se atrevía a soñar. Se estaba manifestando, sin lugar a dudas, un nuevo pensamiento, una nueva forma de entender el espíritu griego, y lo hacía de forma tan intensa que acabaría influyendo en todos los especialistas. He aquí un libro con un horizonte nuevo, un libro que enseña a mirar de otra forma. Inconfundiblemente guiado por la fascinación. La ciencia misma puede alimentarse de este entusiasmo tan poco científico, y no solo ella. También es parecido a un centauro precisamente porque no respeta los límites, porque su desbocado pensamiento no se aviene con ninguna disciplina conocida, porque plantea un conflicto entre arte y ciencia que ya no se resolverá en ningún momento de la obra de Nietzsche. La fluctuación de tendencias insubordinadas y contradictorias entre sí es en él claramente reconocible. Para hacernos una idea de su aportación, solo podemos compararlas con el primer libro de Winckelmann, susReflexiones sobre la imitación del arte griego en pintura y escultura. El propio autor, inmediatamente después de haberlo publicado, en 1754, publicaba otras dos obras en las que se refutaba a sí mismo y exponía las objeciones que ponía a su propio trabajo. Winckelmann y Lessing accedieron a los griegos partiendo del arte plástico, penetrando en el territorio del arte apolíneo; posteriormente les siguieron por esa misma senda Goethe y Schiller. LosMonumenti antichi inediti y laHistoria del arte de la antigüedad de Winckelmann y elLaocoonte de Lessing son obras que les sirvieron de guía. Pero Klopstock y Hölderlin son pioneros de otro territorio, lo mismo que también Nietzsche. Hölderlin fue el único consciente de la existencia de lo dionisíaco; en sus últimos himnos ese conocimiento se profundizó tanto que ninguno de sus contemporáneos supo verlo. Se malogró. El joven Nietzsche, que amaba a Hölderlin, no conocía sus últimos himnos; alcanzó el mismo conocimiento por cuenta propia. Esta especie de reencuentro no es casualidad. No tiene nada de casual que dos hombres excepcionales se hagan las mismas preguntas. Veremos lo importantes que fueron esas preguntas, las cuales expresaban un dilema. ¿Sería el hombre capaz de surgir de sus cenizas o, por el contrario, sucumbirá bajo un mundo mecanizado, concebido por él mismo?
Nietzsche no habría escrito la obra si no se hubiera tomado en serio a Dioniso. El estudio del hombre antiguo tomó de repente un nuevo derrotero. Toda su obra se encuentra yain nuce en ese libro de juventud; aparecen ya todas las preguntas de las que se ocupará posteriormente. Quien tras la lectura de sus últimos escritos vuelva aEl nacimiento de la tragedia, quedará sorprendido por la unidad de su pensamiento, resueltamente mantenida desde el principio hasta el fin. Para poder darse cuenta de esto es necesario no dejarse distraer por su lado más polémico, que a Nietzsche tanto le gustaba y que confunde a todos aquellos que no conocen la fuente y el origen de su pensamiento. Porque no es que sea un pensamiento polémico en la medida que despierta opuestas reacciones externas; es polémico en el sentido más íntimo de su núcleo filosófico. El itinerario de su pensamiento está lleno de contradicciones, pero después de recorrido estas quedarán atrás. Es como si fuera la piel de la serpiente: se la quita p