: Eugen Fink
: Hegel Interpretaciones fenomenológicas de la 'Fenomenología del Espíritu'
: Herder Editorial
: 9788425433771
: 1
: CHF 13.20
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: Allgemeines, Lexika
: Spanish
: 456
: kein Kopierschutz
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: ePUB
La presente obra ha sido elaborada a partir de las lecciones de Eugen Fink sobre la Fenomenología del espíritu de Hegel, con las que el autor intentó responder a la exigencia planteada por Edmund Husserl de ir 'a las cosas mismas' y filosofar desde ellas a la hora de interpretar un texto de la historia de la filosofía. Fink, destacado representante de la filosofía alemana de la segunda mitad del siglo XX, no se limita a aplicar el instrumental desarrollado por la fenomenología, sino que deja claro que el método y la cosa no han de separarse. Impartidas por primera vez en 1948, estas lecciones, pues, no solo explican los pensamientos de Hegel, y con ello los hacen más comprensibles, sino que son filosofía en sentido genuino. 'Las investigaciones que siguen vienen marcadas no sólo por la pretensión de entender un texto, sino, más bien, de avanzar hacia la 'cosa misma' (die Sache selbst) que pueda estar en la mirada pensante de Hegel. Se trata para nosotros, para cada uno de nosotros, de la cosa misma y sólo de ella, en la medida en que aspiramos a hacer comprensible nuestra existencia (Dasein).'

1.

El método fenomenológico y la «cosa misma»: el ser-sí-mismo del hombre y de la cosa. Sustancia – sujeto

«Interpretaciones fenomenológicas de la filosofía de Hegel», así reza el título de estas lecciones. Títulos, etiquetas y nombres significan poco en la filosofía, la cual no trata de cosas conocidas de una manera de antemano sabida. Más bien, enajena de todo lo conocido, de todo aquello en lo que hemos puesto nuestra confianza y de todo lo familiar, y lo hace con su imperturbable curiosidad, su lúcido asombro y su negra desconfianza. La filosofía arranca al hombre de su anclaje en el ámbito de lo habitual y convencional para dejarlo expuesto a lo cuestionable. Si la filosofía es, efectivamente, un proceder que consterna y es subversivo, no puede, sin embargo, dar un salto y pasar por encima de todo lo que encontramos ante nosotros y de cuanto nos viene dado. Tampoco puede construir su propio reino «junto a» o «más allá de» la vil realidad efectiva.1 La filosofía ha de elaborarse a partir del conocimiento del mundo y de la comprensión vital de la existencia prefilosófica, cotidiana y ordinaria. Ante todo, ha de hacer brotar aquellas dimensiones en las que surgen sus preguntas fundamentales sobre el ser, la verdad y el mundo.

En primer término, nos situamos en un mundo con el que, de algún modo, estamos familiarizados, que contemplamos de acuerdo con sus regiones y estructuras. Un mundo en que nosotros mismos tenemos un lugar y una duración; en que estamos localizados, tanto espacial, en el espacio total que se abre infinitamente, como temporalmente, en un período limitado de tiempo en medio del tiempo total sin límites. Sabemos, sin embargo, que solo conocemos un «fragmento» muy limitado del todo del mundo, que por el momento estamos aún encerrados en una pequeña estrella errante, por más que nuestros cohetes sobrevuelen ya el campo gravitatorio de la Tierra. El mundo en su totalidad está más allá del dominio de nuestra experiencia, tanto cotidiana como científica. Y sin embargo, nos parece que conocemos de manera fiable el mundo en su estructura típica. Conocemos el amplísimo dominio de lo material, de lo que se nos señala, en el mundo circundante que nos es visible, como tierra, agua, aire y fuego que da luz. Conocemos el ámbito, más restringido, de la vida vegetal y el de la vida animal, aún más restringido. En este último ámbito, además, conocemos el reino de lo humano, no solo como mera provincia de la naturaleza, sino también como campo originario del «mundo histórico-social», de las ciudades y de los Estados, de los artefactos hechos por el hombre y de las construcciones de sentido. El género humano, sobre el fundamento de una naturaleza disponible, erige el reino de la cultura. Cubre la Tierra con los testimonios de su capacidad creadora. Realiza, en su libertad activa, un titánico instrumental de herramientas, armas, juguetes, objetos de culto y hogares. Asimismo, en el mito, la religión, el arte y, de otro modo, en la filosofía y las ciencias, configura unas formas fundamentales de interpretación del mundo en las que se articula el genio colectivo de los pueblos, así como la capacidad de algunos individuos raros y aislados. El trabajo del espíritu se decanta, también, en creaciones del trabajo, en obras del espíritu, que parecen tener con ello el carácter de la existencia ante los ojos2 y una accesibi