1. La proposición de la igualibertad1
Me gustaría proponer algunas formulaciones que nos ayuden a orientarnos entre los presupuestos de una discusión característica de los años ochenta. A la vez materia de especialistas y objeto de estrategias en la opinión pública, esta discusión está marcada por la sustitución tendencial del tema de las relaciones entre lo político y lo social por el tema de las relaciones entre lo ético y lo político, y tal vez más profundamente por la reinscripción del primero en el segundo. Esta ve —a la «derecha», pero también a la «izquierda»— que la cuestión de la revolución da paso a la de la ciudadanía. A menos que, más profundamente, lo que esté en juego no sea una reformulación de la cuestión de la revolución en términos de ciudadanía, por tanto también de civismo y de civilidad, ya sea que se evoque una renovación de la ciudadanía (superando el simple reconocimiento de los derechos individuales), ya que se exprese la idea de una «nueva ciudadanía».
Por eso no es sorprendente que un tema central de los debates en curso —poniendo aparte toda coincidencia de fechas y de aniversarios— involucre a la naturaleza, el desarrollo y el alcance histórico de la Revolución francesa, y más particularmente de su texto «fundador»: laDeclaración de los derechos del hombre y el ciudadano de 1789, de la que se vuelve a cuestionar su significación y su tipo de universalidad. Cuando, a mi vez, concentro la atención en este texto, soy consciente del doble riesgo de apego al pasado respecto de las interpelaciones de la historia presente y de eurocentrismo, o incluso de francocentrismo, que implica semejante planteamiento del problema político. Pero incluso si la cuestión de los «derechos del hombre» no fuera más que una farsa o una engañifa —cosa que no pienso—, aún valdría la pena tratar de medir las razones de la distancia que existe entre el enunciado de ayer o de anteayer y una problemática democrática actual. E incluso si este enunciado no correspondiera más que a la universalización ficticia de una sociedad y una cultura particulares —cosa que tampoco pienso—, también sería preciso, y desde el principio, interrogarse por sus razones de un modo distinto a como lo hicieron los movimientos intelectuales y las corrientes de lucha social que, para nosotros, dieron su configuración a la idea de «revolución» en los siglosXIX yXX.
De manera más o menos desarrollada, abordaré cuatro aspectos de la cuestión:
En primer lugar, si es cierto que el enunciado, o más bien la serie de los enunciados de 1789, perdió para nosotros de larga data la evidencia que reivindicaba, si es cierto que vino a ampliarse de múltiples maneras la distancia entre los requisitos de la libertad y los de la igualdad antaño indisolublemente asociados, ¿cómo debemos interpretar sus razones?
En segundo lugar, ¿cómo interpretar la relación entre el enunciado de laDeclaración y la especificidad del acontecimiento revolucionario? La práctica colectiva que encuentra su expresión y su arma en ese texto institucional ¿debe ser pensada en la categoría de un sujeto (humanidad, sociedad «civil», pueblo, clase social), o más bien en la de una coyuntura, una conjunción de fuerzas? Sin que pueda hablarse aquí de un análisis del carácter de la revolución de 1789-1795, la elección del segundo término de la alternativa me llevará a decir algunas palabras acerca de la originalidad de los enunciados de laDeclaración respecto de lo que comúnmente es considerado como su «fuente» ideológica, las teorías clásicas del derecho natural.
En tercer lugar, yendo a lo que probablemente es lo esencial, examinaré el estatuto de enunciado y de enunciación de la proposición que, a mi juicio, está en el corazón de laDeclaración y permite comprender su lógica: la proposición que identifica —en extensión y por lo tanto en comprensión— «libertad» e «igualdad». Lo que me interesará aquí ante todo es la verdad de esta proposición (que llamaréla proposición de la igualibertad), y por eso mismo el efecto de ruptura que produce en el campo político. Pero también son las razones de su inestabilidad, las formas bajo las cuales se desarrolla una incesante división de lo que se había producido como una unidad de los contrarios. De ahí el bosquejo de un sistema de referencia, de una «tópica» para clasificar e interpretar las diferentes estrategias, tanto teóricas como políticas, que durante por lo menos dos siglos (y en realidad no salimos de eso) se enfrentaron con ese