Introducción
Este es un texto clínico que pretende definir cuáles son los problemas básicos de la violencia en las relaciones familiares y cómo se puede intervenir en ellos.
Hemos optado por describir la experiencia de alguien que padece una violencia crónica y cómo llegan los victimarios a un patrón de violencia, en vez de explicar las consecuencias de las agresiones en términos de patología mental. La intención es ayudar al clínico a quecomprendala experiencia de los implicados antes dediagnosticary de intervenir.Comprender genera una actitud del profesional más cercana y positiva; además, a quien comprende le resulta fácil establecer un diagnóstico, si es que necesita tal cosa. En la evaluación clasificamos conductas o síntomas, lo que puede quedar alejado de la experiencia personal, ya que implica una actitud de mayor distancia y menor comprensión. En cualquier caso, defendemos y proponemos la regla deprimero entender y después intervenir,y, complementariamente, que cuanto más tiempo se invierta en entender más fácil resultará el cambio.
De las intervenciones presentamos sus objetivos, sus estrategias y sus técnicas. Nos interesan más los dos primeros, quizá como consecuencia de la opción por comprender y no solo diagnosticar, pero también porque implican entender la intervención en términos deprocesoy esto ayuda más al profesional a organizar lo que tiene que hacer (las técnicas). Sin embargo, las técnicas concretas no suelen ser, al final, el problema del clínico, pues se encuentran en un manual o en otro, y este libro ofrece también un buen catálogo. Suele haber más problemas en comprender lo que pasa, en los cómos y porqués de la intervención. La evaluación comocomprensióny la intervención comoprocesoson las dos ideas básicas que permean este texto.
La pregunta no es por qué en un momento dado podemos ser violentos; sabemos que cuando nos sentimos gravemente amenazados la violencia es la respuesta evolutivamente condicionada y, por lo tanto, adaptativa. La pregunta es más bien por qué generamos pautas de violencia que se prolongan en el tiempo con las personas a las que amamos cuando no existen amenazas. Esa cronicidad, ese empecinamiento se entiende mal y, finalmente, pone en peligro la vida de las víctimas. La violencia no es solo un problema de sufrimiento personal y de injusticia social; quienes trabajan en este campo salvan vidas, y cuando este es el objetivo no puede haber espacios de permisividad. Esta es otra de las invitaciones del texto a los clínicos: colocarles en la posición de que lo que hacenprimariamentesalva vidas y de que este debe ser el objetivo principal. Se trata de una responsabilidad que pocas veces se tiene de forma tan acuciante en el resto del campo de salud mental, pero que no puede evitarse cuando se trabaja en violencia.
Todos los campos de la psicoterapia tienen sus peculiaridades, y este también. En pocos se genera tanto interés y debate social, y en pocos los movimientos sociales juegan un papel tan determinante, aunque probablemente también en pocos se necesita ese impulso social e ideológico. Como pasó con las terapias humanistas en los años sesenta del siglo pasado, que eran parte de un movimiento que luchaba por las libertades sociales, el campo de l