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INTERNET ENTRE TEOLOGÍA Y TECNOLOGÍA
Setenta años después del primer tren comercial, se publicaba la novelaJude el oscuro (1895) de Thomas Hardy. En aquellas páginas Sue Bridehead responde así a Jude, que le pide ir a sentarse a la catedral: «¿A la catedral? Sí. Aunque yo preferiría ir a la estación —contestó con la voz enfadada todavía—. Ahora está allí el centro de la vida de la ciudad. ¡La catedral tuvo su tiempo!». La estación, en este diálogo, no es un «no lugar», un lugar de tránsito veloz, sino que es el centro de las comunicaciones, incluso el corazón de la ciudad, «ambiente» simbólico también y no simple depósito de un «medio» de transporte. Si se pudo decir esto de la estación, con mayor razón podemos decirlo hoy de la red.
El historiador Harold Perkin escribió que los hombres que construyeron el ferrocarril no estaban creando solamente un medio de transporte, sino que, al contrario, estaban contribuyendo a la creación de una nueva sociedad y de un mundo nuevo.1 A mediados del sigloXIX, el ferrocarril no se consideraba simplemente una «experiencia» más, sino que a menudo era visto como una «revolución», larailway revolution,2 e incluso como una metáfora cultural. Es interesante observar que todo invento—desde la rueda en adelante— que ha permitido a los hombres intensificar las comunicaciones y los intercambios, pasando por la imprenta, el ferrocarril, el telégrafo, ha sido considerado revolucionario. Es el caso también de internet. Si esa dimensión de «revolución» ayuda a comprender la relevancia social de las innovaciones, también supone el riesgo, por otra parte, de oscurecer una consideración más importante sobre estas: responden a «antiguos» deseos. Como lo fue el ferrocarril de 1825, también internet en torno a 1980 ha sido considerada una revolución. Y, no obstante, es necesario echar por tierra el mito de que la red es una absoluta novedad de «nuestros» tiempos.
INTERNET Y LA VIDA COTIDIANA
En realidad la red es una réplica de antiguas formas de transmisión del saber y de la vida común; pone a la vista nostalgias, da forma a deseos y valores tan antiguos como el ser humano. Cuando dirigimos la mirada a internet hay que ver no solo las perspectivas de futuro que ofrece, sino también los deseos que ha tenido siempre el ser humano, y a los que intenta dar respuesta: relaciones, comunicación y conocimiento. Sí, la tecnología lleva siempre encima un aura que provoca estupor y también inquietud. Pero ¿cuáles son los motivos que causan estos sentimientos? Probablemente el hecho de que lo que la tecnología es capaz de realizar corresponde a antiguos deseos y a miedos profundos. Si no fuera así, sus innovaciones no nos afectarían tanto, maravillándonos o intimidándonos.
Internet es una realidad que forma ya parte de la vida cotidiana de muchas personas. Hablando en general, no sería posible eliminar sin más internet y volver a una época «inocente», puesto que el propio funcionamiento de nuestro mundo «primario», desde los transportes hasta las comunicaciones de todo tipo, se fundamenta en la existencia de este mundo que denominamos «virtual».3 Además la red es hoy un lugar que hay que frecuentar para estar en contacto con los amigos que viven lejos, leer noticias, comprar un libro o hacer la reserva de un viaje, compartir intereses, ideas, etc.: «Es un espacio del hombre, un espacio humano porque está poblado de hombres. No constituye un contexto anónimo aséptico, sino un ámbito antropológicamente cualificado».4
Es un espacio de experiencias que cada vez más se va volviendo parte integrante, de una manera fluida, de la vida cotidiana: un «nuevo contexto existencial».5La red, por tanto, no es en absoluto un simple «instrumento» de comunicación que se puede usar o no, sino que se ha convertido en un espacio, un «ambiente»6cultural, que determina un estilo de pensamiento y que crea nuevos territorios y nuevas formas de educación, contribuyendo a definir también una nueva manera de estimular la inteligencia y de estrechar las relaciones, un modo incluso de habitar el mundo y de organizarlo.7No un ambiente separado, sino integrado cada vez más, conectado con el de la vida cotidiana. En consecuencia, no un «lugar específico» donde entrar en determinados momentos para vivir