1. Economías afectivas inmunitarias:
Apegos, asedios y virtualidad
El castro-chavismo o se frena o llega...
(Twitter de Álvaro Uribe, agosto de 2017, Campaña electoral para la presidencia de 2018)
Nosotros no estamos con la polarización.
(Respuesta del candidato presidencial Sergio Fajardo, en elecciones de 2018, sobre la posibilidad de hacer una coalición con Gustavo Petro)
Uno lee a diario uribestias vulgares, brutos, arribistas, homofóbicos, misóginos, desubicados, mal informados, y resentidos...
(Comentario en Twitter de tuitera antiuribista)
Estos enunciados recogen opiniones que han configurado el discurso público, en Colombia, durante los últimos años. Han sido muy comunes en las calles, en redes sociales, en influyentes medios de comunicación, en las intimidades familiares. Construyen tres figuras que recorren el espacio político en el país, y sus asedios: «el castrochavista», «la polarización», «el uribestia». Los asedios se enredan e impulsan mutuamente: el «castrochavista» se figuró como una amenaza que iba llegando, que marcaría el futuro y estaba por invadirnos si no se frenaba, si no se contenía. Presentarlo como cercano lo hacía sentir más temible, porque lo «perjudicial, en cuanto amenazante, no está todavía en una cercanía dominable, pero se acerca» (Heidegger, 1997: 179-180). Y este asedio crea una situación de riesgo que exige la activación de los controles; algunos llamaban a la represión; como la amenaza de un virus que ya está por circular por todos lados, incontrolado; también el flujo de venezolanos en el país se incrementó en un momento dado y se vinculó con la amenaza de crecimiento de informalidad, pobreza, criminalidad; e incluso de contagio, cuando el Covid-19 llegó a Colombia y encendió las alarmas en torno a múltiples riesgos. Asimismo, el discurso contra la polarización la identifica como una amenaza que presiona con insistencia: se habla de radicalismo, se insiste en evitar cualquier posición enardecida, llamando a una incontaminada neutralidad, desde la pretensión de una razón desafectada que se protege contra la inoculación de cualquier toma de posición enfática. Finalmente, aquel que enarbola el calificativo «uribestia» se siente cercado por esta misma figura unilateral y se defiende contra esta, al punto de reducirla a una caricatura a veces risible, a veces aterradora, a veces grotesca. Estas indicaciones iniciales ya pueden sugerir cómo, a través de las figuras sugeridas, se activan formas de defensa y protección, características de los afectos inmunitarios, y cómo estos pueden recorrer manifestaciones visiblemente diferentes. Este capítulo elabora esas relaciones de fuerza, estableciendo entre ellas un anudamiento, producido desde la reflexión sobre economías afectivas que propondré.
Se trata de un anudamiento poco evidente que empezó a rondarme desde la campaña por el plebiscito para refrendar el acuerdo de paz conseguido con lasFARC en 2016. Y se me hizo más patente a través de la campaña presidencial de 2018, al considerar los efectos políticos que las tres figuras mencionadas terminaron teniendo en la escena política colombiana. En particular, me parecieron visibles los efectos deretroalimentación: la figura del castrochavista, que el uribista construye para afirmar su posición, produce el desprecio del antiuribista, que tiene pretensiones de ilustrado, y este responde también con una caricatura denigrante, que le permite hacer valer su superioridad cognitiva y moral; así, el uno se afirma en el reflejo del otro, como en un juego de espejos. Pero el discurso que aboga por la no-polarización fija estas caricaturas como si dieran cuenta del conflicto de posiciones, lo que contribuye a la simplificación del campo de fuerzas político, al perder de vista, además, la dimensión afectiva que lo condiciona y sus intricadas economías. Esta simplificación también es afectiva e impide aproximarse a la complejidad que está en juego en la situación, protegiéndose contra esta.
Más aún, tal s