: Helen Oyeyemi, María Belmonte
: Boy, Snow, Bird Fábula de tres mujeres
: Acantilado
: 9788419958709
: Narrativa del Acantilado
: 1
: CHF 9.80
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 304
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
En el invierno de 1953 la joven Boy Novak, huyendo de su cruel padre, llega por azar a una pequeña población de Massachusetts, donde conoce a Arturo Whitman, un joven viudo y padre de una niña de seis años, Snow, cuya belleza causa en los adultos un embeleso inquietante. Tras el matrimonio de Boy con Arturo y el nacimiento de su hija Bird, las cosas cambiarán para Snow: Boy decidirá que su hijastra debe marcharse a vivir con una tía, lejos de su familia. En «Boy, Snow, Bird», que afianza a Oyeyemi como una de las escritoras más originales y audaces de la última década, la autora desbarata los inveterados estereotipos que durante siglos han tiranizado el imaginario y las vidas de generaciones de mujeres, creando un relato tan fabuloso y alegórico como los cuentos de hadas tradicionales, pero mucho más compasivo. «Una narradora experta en su oficio, capaz de reformular los arquetipos clásicos de los cuentos en personajes redondos que respiran, se contradicen y crecen en el transcurso de la novela». Sergio Saborido, Libros y Literatura «Oyeyemi da una vuelta de tuerca al machista mito de Blancanieves». Carlos Sala, La Razón «Una novela que posee la desenvoltura narrativa y la brillantez de un cuento clásico. Oyeyemi tiene talento». José Luis de Juan, Diario de Mallorca «Bajo el hechizo de Oyeyemi, todo cuento de hadas se convierte en una exploración brillante de las formas extrañas que asume la identidad de cada uno». The Washington Post «El estilo de Oyeyemi es bellísimo, profundo y original». The New York Times

Helen Oyeyemi (Nigeria, 1984) es autora de ocho libros, ampliamente reconocidos por lectores y críticos, que la han hecho merecedora de diversos galardones. En 2013 fue incluida en la lista Granta de los mejores jóvenes novelistas británicos. Acantilado ha publicado sus novelas «El señor Fox»(2013) y «Boy, Snow, Bird» (2016), además de la colección de relatos «Lo que no es tuyo no es tuyo» (2019).

II


Cuando salí del autobús en Flax Hill estaba nevando. No era exactamente una nevada normal, ni tampoco una ventisca, sino que la nieve caía pesadamente, se depositaba durante un minuto más o menos y luego el viento la trasladaba—la hacía rodar más bien—hasta otro lugar. En un minuto estabas cubierta de nieve que luego se retiraba a toda prisa hacia los lados, como si un invisible y diligente gigante se hubiera apiadado y te la hubiera limpiado. Luego, mientras contenías la respiración, te convertías de nuevo en un muñeco de nieve por el efecto bumerán. Sólo podía ver unos pasos delante de mí y más o menos uno por detrás. Cuando un par de faros de automóvil me pasaron rozando el hombro, salí de la carretera y comencé a seguir las voces de un par de chicas que se protegían bajo un paraguas roto, sobre todo porque les había oído mencionar a su casera. Yo tenía que encontrar una casera. Del tipo que fuera. Me mantuve pegada a las chicas del paraguas incluso cuando la nieve las ocultó durante varios segundos y empecé a dudar de si eran reales; las seguí cuando tomaron lo que llamaron «el atajo», a través de unas vías de ferrocarril abandonadas en las que crecía la hierba y a través de un túnel oscuro como boca de lobo y cuyo olor me produjo grandes arcadas. Cosas muertas y huevos podridos. Los insectos se depositaban tímidamente sobre mis hombros, como si se preguntaran dónde nos habíamos visto antes. Más de una vez tuve la sensación de que la propia oscuridad nos estaba persiguiendo. Pero si las chicas del paraguas podían con ello, yo también. Un par de veces se pararon y gritaron: «¡Hola!, ¿hay alguien ahí?».

Yo me rezagaba, mantenía la boca cerrada y pensaba: «Más vale que esa casera sea estupenda». En cuanto estuvimos al otro lado del túnel las chicas del paraguas se rieron tontamente y se acusaron de ser unas miedicas. Ello me hizo pensar en las veces que yo he estado en la oscuridad y sentía que había alguien más, hasta llegar a convencerme a mí misma de que estaba equivocada. Probablemente nueve de cada diez veces había realmente alguien.

Cuando las chicas del paraguas entraron por fin en un edificio de ladrillo estrecho y anodino, me paseé durante unos minutos por delante de la puerta cerrada, preguntándome qué historia iba a contar. Pero yo no sabía el nombre de la casera y hacía demasiado frío para pensar. Llamé a la puerta y me las arreglé para entrar y preguntar por la señora de la casa sin tiritar demasiado. Tenía el pelo gris acerado, una figura elegante y una expresión de «¡Cariño, qué me vas a contar a mí!» a partir de la cual se creaban todas sus demás expresiones, desde la alegría a la irritación.

«He oído que tiene usted huéspedes—dije—. Por favor, no me diga que estoy equivocada…», y me quedé sin palabras. Me ofreció su propio sofá, apiló cojines a mi alrededor hasta que sólo sobresalía mi cabeza y pidió que trajeran sopa y mantas. Su nombre era señora Lennox y era oriunda de Flax Hill: «Ya sabes, de Massachusetts de pura cepa». Me dijo que nunca había perdido un posible inquilino y las chicas que respondieron a su petición de sopa y mantas le dieron la razón. «Tampoco se mete en tus asuntos», añadió una de ellas. (Eso resultó ser cierto. No te la encontrabas, sino que tenías que concertar cita con ella). Las chicas no se habían puesto de acuerdo, así que aparecieron con cuatro cuencos de sopa y siete mantas. Lo tomé por una señal de que era bienvenida y dije «Gracias» unas cincuenta veces seguidas hasta que alguien observó riéndose que sólo me ofrecían sopa.

Como no tenía otra cosa que hacer en los siguientes días, traté de identificar a las chicas del paraguas por el sonido de sus voces. Pero qui