Introducción1
«Tengo que explicaros que no tengo nada que explicaros» y añado, para mis lectores, que a ellos les corresponde saber lo que quieren y el sentido que pueden tener mis palabras para ellos.
Jacques Rancière2
... paradojas de la igualdad
Este libro contiene, como mínimo, tres paradojas que desplegaré en lo que sigue y que están íntimamente relacionadas con el pensamiento de Jacques Rancière. Tres paradojas que, de hecho, no son tanto contradicciones lógicas, sino que manifiestan una separación, una distancia respecto a la opinión general y consensuada (para-doxa) sobre lo que tendríamos que explicar aquí, sobre lo que este libro tendría que ser. Tres paradojas que mantendrán al lector y lectora más atentos y, al mismo tiempo, pretenden convertir la lectura, si fuera posible, en un acto triplemente emancipador.
La primera paradoja radica en el hecho de haber escrito este libro. Contra el consenso que considera un libro como el despliegue de un saber por parte de un especialista, podemos decir aquí que, escribiendo este libro, lo que he hecho es un ejercicio de aprendizaje antes bien que un despliegue de mi saber adquirido y bien establecido. (Escribir un libro para aprender e intentar saber, no para mostrar lo aprendido). Escribiendo y releyendo este libro, pues, he aprendido tanto o más de lo que aprenderán las lectoras y lectores que vendrán. Y ello porque el autor de este libro no se considera especialista, sabedor, experto en la obra de Rancière, proponiendo desde esa posición privilegiada de «maestro» sus conocimientos sobre el pensador francés, sino que se presenta —me presento— más bien como untraductor que va transponiendo los textos y los libros ranciereanos que ha leído a su propio camino de conocimiento, a su propia «aventura intelectual», como diría el mismo Jacques Rancière. Y digo «traductor», en cursiva, en sentido figurado y literal. Primero, en sentido figurado, resulta que los análisis y argumentos, la lectura y las eventuales hipótesis interpretativas que iré proponiendo no son, en efecto, sino lastraducciones en palabras mías de lo que han dicho otros y, especialmente, claro está, el mismo Rancière. Esta comprensión del saber (saber «de» o «sobre» alguien o algo) no como posesión de contenidos que establece una distancia con respecto a otros que no gozan de los mismos conocimientos, sino como proceso de traducción, de comparación, de transposición de lo que dicen y piensan otros en tus propias palabras está, precisamente, en la base misma del pensamiento político ranciereano. Volveré a ello más adelante cuando hablemos de la «igualdad de las inteligencias». Además, decía «traductor» también en sentido literal porque el hecho de haber traducido efectivamente al castellano varios textos y libros del mismo Rancière me sitúa en una posición que cuestiona lo que estoy haciendo y escribiendo aquí: ¿es el traductor un «especialista» de la obra y del autor que traduce? ¿Acaso el acto de traducir otorga un verdadero conocimiento de lo que se traduce? ¿No es la traducción —como afirma el consenso actual que todavía privilegia la figura exclusiva del autor y del texto original, asumiendo ciertos prejuicios metafísicos que los vinculan a la pureza, la autenticidad y la originalidad— un acto segundo y secundario respecto al verdadero acto de conocimiento? Escribiendo este libro comotraductor, lo que se pone en cuestión es entonces el acto mismo de conocer, la manera como aprendemos algo y, sobre todo, la igualdad de las inteligencias que mencionaba más arriba porque, según Rancière, el acto de conocimiento no es sino un acto de traducción: «Aprender y comprender son dos maneras de expresar el mismo acto de traducción», escribe JR.3
Todos tenemos la misma inteligencia porque todas y todos aprendemos de la misma manera, es decir, traduciendo, comparando, relatando con las propias palabras las palabras de otros, sin que haya, pues, dos tipos de humanidad: los que saben y los que no saben, los expertos y los ignorantes, los dotad