PRÓLOGO
LUIS ARANGUREN GONZALO
Doctor en Filosofía y Teología. Autor
y cooperador de diversas iniciativas
de formación y acompañamiento en el
voluntariado social en España, Chile y México
El 3 de enero de 2016 falleció el obispo Alberto Iniesta. Hacía ya más de treinta años que, debido a su enfermedad, se había apartado del día a día de la diócesis madrileña y de su entrañable Vallecas. Y somos muchos los que, tras tantos años, nos hemos vuelto a reunir para recordarle y actualizar la entraña vigorosa y misericordiosa de un auténtico hombre de Dios y hombre del pueblo; un ser humano que en su grandeza siempre desafió la pequeñez de su cuerpo.
Este libro constituye, sin lugar a dudas, una deuda pendiente con nuestro obispo y hermano. No es un ajuste de cuentas, sino un cariñoso «¡Gracias!, Alberto», porque la vida con él se nos ha hecho más amable y la fe cristiana más radical y adulta. Quien lo conoció puede afirmar, sin temor a exagerar, que Alberto personifica lo mejor del Evangelio de Jesús; él lo supo poner en práctica con obras y palabras. Y de sus obras y palabras trata este libro. No solo para acordarnos de lo que dijo e hizo, sino para actualizarlo también hoy en nuestros contextos, porque la aventura del Evangelio sigue abierta para todos.
Sin embargo, para actualizarlo es preciso conocerlo en su contexto. Máxime si deseamos que este libro no llegue solo a los que queremos, valoramos y añoramos al que fue nuestro buen pastor, sino a otras personas, en particular jóvenes, que no lo llegaron a conocer, pero que pueden apreciar a través de los retazos de su vida algunos rasgos de una Iglesia que puede ser creíble e iluminar el camino de muchos y, de una forma especial, el de aquellos que viven situaciones de pobreza, exclusión y angustia, alentándolos con un mensaje de alegría y esperanza.
Alberto Iniesta fue obispo auxiliar de Madrid, incardinado en la Vicaría IV de Vallecas (primer obispo del madrileño y obrero barrio de Vallecas, compuesto de muchos barrios). Nacido en Albacete, en 1923, sintió lo que se viene llamando una vocación «tardía». Mientras que en la España de la posguerra a chiquillos de 11 años, seleccionados por los párrocos de los pueblos, se los llevaban al seminario menor, Alberto era un muchacho más que iba al colegio. Luego trabajó en distintos oficios: de botones, de contable en una entidad bancaria, hasta que a sus 25 años experimentó lo que él identifica como una «conversión» y una llamada a ser cura.
Se licenció en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca en 1958, año en que fue ordenado sacerdote. Fue superior del Seminario Diocesano de la diócesis de Albacete entre 1958 y 1972. Fue nombrado obispo auxiliar de Madrid, el 5 de septiembre de 1972 y consagrado el 22 de octubre del mismo año por Vicente Enrique y Tarancón, Ireneo García Alonso y José Delicado Baeza. Ocupó este puesto hasta que el 5 de abril de 1998 se le aceptó la renuncia, pasando a ser obispo auxiliar emérito de Madrid. Desde entonces residió en Albacete, su diócesis natal, donde falleció.
Cuando Alberto Iniesta llega como obispo a Vallecas, a principio de los años 70, se encuentra con una realidad social de pobreza y de desarraigo, con una población muy diversa de gente con raíces vallecanas —los menos— y de emigración forzosa —los más— provenientes de las periferias de Andalucía, Extremadura y La Mancha, principalmente; con parroquias hechas en barracones, cuyos curas tratan de llegar a la gente; con familias que viven situaciones de precariedad; con niños y jóvenes carentes de recursos sociales, pero llenos de recursos personales y relacionales, que aún no han descubierto ni pueden poner en práctica por falta de estímulos y medios familiares y sociales.
Por otro lado, los aires nuevos del Concilio, la encíclicaPopulorum progressio de Pablo VI, la Conferencia de Medellín en América Latina tienen sus resonancias en una Iglesia que quiere estar más atenta al mundo y comprometerse con el desarrollo de los pueblos y de las personas. Una consecuencia de ello son los curas obreros, las religiosas y religiosos que optan por la inserción en los barrios, el desarrollo de los Movimientos Apostólicos como laJOC (Juventud Obrera Cristiana), laHOAC (Hermandad Obrera católica), elMAS (Movimiento Apostólico Seglar), laJAR (Juventud Agraria Rural), laJEC (Juventud Estudiante Católica), laJIC (Juventud Independiente Católica), el Junior, etc.
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