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EVOLUCIÓN Y LIBERTAD
Nuestra tradición filosófica occidental, por fijar la mirada fascinada sólo en el ser humano, le atribuye a éste como distinción única muchas de las características que arraigan en la existencia orgánica como tal. De esta manera, la comprensión del mundo orgánico queda privada de aquellos conocimientos que la mera autopercepción humana pone a su disposición. La biología científica, a su vez, ligada por sus reglas a los hechos físicos exteriores, está obligada a ignorar la dimensión de la interioridad que, sin embargo, forma parte de la vida. De esta manera, aunque, en su materialidad, explica la vida a la perfección, ésta queda más enigmática de lo que antes era en su estado no explicado. Los dos puntos de vista, fijados desde Descartes en su separación antinatural, son complementarios y se favorecen mutuamente, aunque en detrimento de los objetos que estudian, que de esta manera, literalmente, «se quedan cortos». La comprensión del ser humano queda tan afectada por esta separación como la de la vida extrahumana. Una nueva lectura filosófica del texto biológico puede recuperar, sin embargo, la dimensión interior –lo que mejor conocemos– para la comprensión de las cosas orgánicas, si atribuye a la unidad psicofísica de la vida nuevamente su lugar en el conjunto teórico, un lugar que había perdido desde que Descartes separó lo material y lo mental. De este modo, el enriquecimiento de la comprensión de lo orgánico también será un enriquecimiento para la comprensión de lo humano.
Las grandes contradicciones que el ser humano descubre en sí mismo –libertad y necesidad, autonomía y dependencia, yo y mundo, vinculación y aislamiento, creatividad y mortalidad– tienen sus prefiguraciones germinales ya en las formas más primitivas de la vida, y cada una de ellas mantiene el precario equilibrio entre ser y no ser, encerrando en sí misma desde siempre un horizonte interior de «transcendencia». Este hecho, común a todo lo viviente, se puede seguir en su evolución a través del orden ascendente de las capacidades y funciones orgánicas. Desde el metabolismo, el movimiento y la volición hasta las sensaciones y percepciones, la imaginación, el arte y el concepto hay un ascenso progresivo de libertad y peligro que culmina en el ser humano. Y éste tal vez puede comprender su unicidad de una manera nueva si desiste de entenderse a partir de su separación metafísica con respecto a todo lo demás.
Con independencia de los resultados de las investigaciones sobre la evolución, la multiplicidad existente y simultánea de la vida, especialmente de la vida animal, se manifiesta a modo de una escalera ascendente, que se extiende entre lo «primitivo» y lo «evolucionado» y en cuyos peldaños encuentran su lugar la complejificación de las formas y la diferenciación de las funciones, la sensibilidad de los sentidos y la intensidad de los instintos, el dominio de los miembros corporales y la capacidad de actuar, la refle