: Gianni Vattimo, Carmelo Dotolo
: Dios: la posibilidad buena Un coloquio en el umbral entre filosofía y teología
: Herder Editorial
: 9788425429026
: Biblioteca Herder
: 1
: CHF 7,80
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: Philosophie
: Spanish
: 128
: kein Kopierschutz
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Gianni Vattimo y Carmelo Dotolo entablan en el presente texto un diálogo entre el pensamiento posmoderno y la teología. Ambos autores interpretan el advenimiento de la modernidad no como una ruptura con la tradición judeocristiana sino como un fenómeno derivado de la misma, como una continuación desacralizada de sus valores antropológicos, cosmológicos y políticos. ¿Debe el cristianismo seguir pensando en Dios como fundamento metafísico del mundo o bien es precisamente Dios quien, secularizado, se ha transformado en la utopía de la historia? ¿Acaso no representan los valores cristianos un mundo distinto de Dios, un mundo precisamente secular? Las respuestas que dan a estas preguntas los dos pensadores señalan caminos inteligentes por los que es posible transitar. Giovanni Giorgio es profesor en la Pontificia Universidad Lateranense de Roma y en el Instituto Teologico Abruzzese-Molisano, que también preside. Entre sus obras recientes destacan Il pensiero de Gianni Vattimo y Spiegare per comprendere.

Introducción


PENSAR EN LA ENCARNACIÓN


El coloquio que presentamos aquí se desarrolla en torno al tema «Dios: la posibilidad buena», expresión usada por Gianni Vattimo en el transcurso de la entrevista, y que a ambos entrevistados les ha parecido suficientemente indicativa de la orientación que anima sus respectivas posturas. Tienen estas el común denominador de una análoga comprensión del fenómeno de la secularización, con el que comienza el coloquio. No interesa aquí recorrer desde un punto de vista genealógico1 el fenómeno en sus múltiples aspectos, sino más bien captar las coordenadas generales en las cuales se mueven los discursos de Vattimo y de Dotolo, aunque con sus respectivas diferencias, para poder diseñar el lugar histórico a partir del cual tienen sentido las consideraciones de ambos. Y esto porque, hermenéuticamente, la relación entre el hombre y el lugar que habita, o bien su mundo histórico, se encuentra en la raíz de la relación del hombre consigo mismo, con el resto del ente y con Dios. Optar por una u otra de las distintas concepciones del fenómeno de la secularización no es, por lo tanto, indiferente, porque es a partir de ella como se perfilará la vocación histórica propia de esta generación, la nuestra, con la conciencia delquién que se es, y con la responsabilidad delcómo y delqué debe hacerse con la vida que se nos confía. Solo con una idea suficientemente clara acerca del mundo que habitamos podremos estar a la altura de nuestra vocación histórica.

A este propósito la alternativa respecto a la secularización es la siguiente: ¿el fenómeno del advenimiento de la modernidad debe entenderse como una ruptura con el cristianismo o como un fenómeno derivado del cristianismo? Nuestros dos autores, contra otras lecturas,2 propenden ambos a la segunda hipótesis, interpretando la tradición hebreo-cristiana como madre de la modernidad, porque la laicidad de la modernidad, con los valores antropológicos, cosmológicos y políticos que la distinguieron, se constituye como una continuación suya desacralizada. Es esta una figura paradójica en ciertos aspectos. En efecto, la secularización moderna se caracteriza como traducción inmanente de los valores religioso-sacros heredados del cristianismo medieval. Y, no obstante, llega a ser posible en virtud de un retorno a condiciones de comprensión típicos de la matriz hebrea del cristianismo, que hacen explotar desde dentro la cosmología medieval, calcada más bien sobre la matriz helenística.3 En suma, el rasgo secularizador de la modernidad ha sido posible gracias, precisamente, a la tradición hebreo-cristiana que la Ilustración creyó haber dejado fuera de juego. Con más precisión, el desencantamiento del mundo, hecho posible por el monoteísmo hebreo, que rompe con todo aspecto numinoso o animista del mundo, es la condición para el desarrollo de una concepción de la naturaleza entendida como mecanismo unitario, capaz de funcionar según leyes simples, disponible, por tanto, para el cálculo y la previsión; y es también la condición para pensar al hombre como ser capaz de intervenir en un mundo que se somete a su poder, una vez despojado de toda presencia sacra. Esto, a su vez, deja espacio a una ética y a una política que se miden cada vez más por el más acá presente y no por el más allá futuro, así como a una racionalidad de la historia cuyo sentido emancipador respecto de toda tutela sacra se manifiesta en las tendencias que muestra el proceso histórico mismo,