Teorías de la república y prácticas republicanas
Macarena Marey
METODOLOGÍAS, TEORÍAS Y PRÁCTICAS
Hacia finales del siglo XX, Ellen Meiksins Wood escribió una obra en la que explicaba el modo en el que el liberalismo se apropió de la «democracia» en el discurso político moderno.1 Si el concepto de «democracia» implica necesariamente la política del pueblo (y con «pueblo» me refiero a conjuntos dedemoi plebeyos y abiertos), su despolitización solo pudo ser posible por las operaciones que nos distanciaron formal, informal, simbólica y, sobre todo, materialmente de los lugares de la acción política efectiva. La separación entre voluntad general y bien común, que el republicano Jean-Jacques Rousseau había vinculado de manera necesaria al proponer que la ley es el acto de esa voluntad en el que se define ese bien común, y la concepción de la ciudadanía representada en términos abstractos y pasivos ocurrieron en unas condiciones históricas precisas. En palabras de Meiksins, «la democracia “formal” y la identificación de la democracia con el liberalismo habrían sido imposibles en la práctica y literalmente impensables en la teoría en cualquier otro contexto que no fueran las muy específicas relaciones sociales del capitalismo».2
Este trabajo no se concentra en la democracia, sino en la república, pero quienes participamos en él tenemos en común la preocupación por los usos, abusos y destinos que se le dan a los conceptos de «república» y de «republicanismo» en nuestras prácticas políticas cotidianas y académicas. Dichas prácticas, desde las que estamos escribiendo, se sitúan (casi todas) en América Latina y están inmersas en las condiciones y relaciones del capitalismo global en una época de afianzamiento de las llamadas «nuevas derechas», las cuales combinan libertad de mercado y ajuste fiscal con una ideología que se opone a la ampliación de los derechos de varios colectivos históricamente excluidos de los mecanismos formales de participación política. Si bien «democracia» y «república» tienen orígenes y trayectorias diferentes, son términos hermanados en muchas teorías y prácticas y, de hecho, tienen en común el destino de haber sido en parte absorbidas por discursos inspirados en ideologías conceptualmente contrarias a las lecturas emancipatorias que podemos hacer de ellos. Este último diagnóstico fue una de las motivaciones del presente trabajo.
Otro destino que comparten «democracia» y «república» es la tendencia a una definición abstracta de ambas como formas de gobierno potencialmente compatibles con toda clase de encarnaciones en la historia y a lo largo y ancho de todo el globo terráqueo, incluso (o sobre todo) como un modo limitante de lo posible «que se adapta» a una «sociabilidad» determinada como manifestación imperfecta de una «república verdadera» modélica e inmutable.3 Con frecuencia la apelación a la república idealizada sirve como legitimación de estados políticos de cosas injustos e inequitativos. «Queremos hacer algo mucho mejor que esto que tenemos, pero esto es lo que podemos con lo que tenemos» es la tautología política por excelencia de cualquier discurso conservador con el que los poderosos se disculpan frente a las mayorías por la postergación de la ampliación de sus derechos, en especial, pero no solo, de sus derechos políticos y económicos, tanto hoy como en el siglo XIX, a la vez que aprovechan para culparlas de la situación deficitaria respecto del ideal.
La pregunta fundamental que se plantea con esto es si el republicanismo es o puede ser un tipo de teoría no ideal, en contraposición a una teorización ahistórica apoyada en concepciones idealizadas de la agencia, la subjetividad y los modos de relacionarnos y, por lo tanto, voluntariamente ignorante de las injusticias que est