1. Psicoterapia breve a largo plazo: eterna polémica
No hay buena práctica
sin una buena teoría
LEONARDO DA VINCI
«Menos se convierte en más» cuando se obtiene lo máximo a través de lo mínimo. Se trata del concepto de eficiencia de una intervención, cuya finalidad es resolver un problema o alcanzar un objetivo prefijado. En el campo de aplicación de la psicoterapia, este ha sido el resultado de la formulación, en los años sesenta del siglo pasado, de las primeras «terapias breves» (Weaklandet al., 1974; Watzlawicket al., 1997) formalizadas como modelo efectivo de intervención clínica para los trastornos psíquicos y conductuales. En los decenios siguientes, la evolución de esos trabajos fundamentales del Mental Research Institute de Palo Alto, fruto de la labor de algunos autores importantes (De Shazer, 1982, 1985, 1991; Madanes, 1981; Nardone, Watzlawick, 1990, 2005; Nardone, Portelli, 2005; Wittzaele, Nardone, 2016; Nardone, Balbi, 2015) que desarrollaron todas las potencialidades teórico-prácticas, condujo a la formalización de diversos modelos de psicoterapia breve, tan rigurosos como eficaces, basados en los contenidos sistémicos y estratégicos, y validados empíricamente en su aplicación a las psicopatologías más importantes (Szapocznicket al., 2008; Robinet al., 1999; Le Grange, 2004; Lock, Roenet al., 2010; Nardone, Watzlawick, 2005; Castelnuovoet al., 2010; Gibson, 2015; Pietrabissaet al., 2016; Nardone, Portelli, 2005). En 1999, la American Psychological Association (Hubble, Duncan, Miller) publicó una obra fundamental en la que se exponían los resultados sobre la eficacia de las psicoterapias. Dos de los investigadores más importantes en la materia, Asay y Lambert (1999), tomaron como base los datos empíricos internacionales y demostraron que el 50 % de los trastornos que requieren psicoterapia pueden ser resueltos mediante una intervención de no más de diez sesiones, el 25 %, con un tratamiento inferior a las 25 sesiones, y el restante 25 % con un tratamiento psicológico más prolongado.
Estos datos irrefutables constituyen un hito en la conducción éticamente rigurosa de los tratamientos psicoterapéuticos, y por primera vez también indican claramente la importancia de los tratamientos específicos para las distintas formas de patología psicológica que, al estar ajustados al trastorno tratado, garantizan no solo la máxima eficacia terapéutica, sino también la máxima eficiencia.
Por otra parte, en los últimos decenios, son muchos los investigadores clínicos que se han dedicado a elaborar protocolos específicos de tratamiento para las variantes de la psicopatología, y han demostrado que estos garantizan resultados terapéuticos mejores que las formas de terapia basadas en constructos generales invariantes (Wilson, 2009; Beck, 1976, 1985; Nardone, 1993; Nardone, 1997; Watzlawick, Nardone, 1997; Yapko, 2002; Nardone, Portelli, 2005; Murianaet al., 2006; Nardone, Rampin, 2002; Nardone, Valteroni, 2017; Castelnuovoet al., 2013; Loriedo, 2011; Petrini, 2012; Le Grange, 2004; Szapoczniket al., 2008). Gracias a esto, hoy en día la psicoterapia como disciplina médico-psicológica especializada ofrece una serie de tratamientos terapéuticos que han demostrado su validez en la mayoría de las formas de trastorno psíquico y conductual, favoreciendo la superación de las «discusiones bizantinas» entre los distintos enfoques teórico-prácticos. No es que no existan aún «encendidas polémicas» entre los defensores de las distintas escuelas de pensamiento, pero cuando se examinan las valoraciones empíricas, solo los más fanáticos niegan las evidencias de los resultados concretos. Una de las discusiones que nos parece más obsoleta, pero que sigue aún viva, es la que enfrenta a los partidarios de las terapias a largo plazo con los que proponen tratamientos breves, es decir: todos están de acuerdo en la eficacia de los tratamientos psicoterapéuticos, pero muy pocos coinciden en el concepto de eficiencia, a pesar de las pruebas concretas proporcionadas po