La historia de la salvación en lo fragmentario
El todo en el fragmento es el nombre de una conocida obra del teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, que desarrolla en ella «aspectos de la teología de la historia».1 En lo pequeño, en lo fragmentario, en el acontecimiento concreto en el tiempo que pasa es posible el contacto con el todo, con el sentido de la historia, que se nos revela en la fe como historia de la salvación. No obstante, este contacto solo es posible de un modo tal que desde nosotros no podamos nunca abarcar el sentido del todo con la vista, o incluso manipularlo para convertirlo en nuestra propia historia. Pero aquí y ahora podemos dejar entrar, estar simplemente ahí, estar presentes en concreción corporal, seguir el camino ante nosotros haciendo caso a la palabra de Dios y obedeciendo: aceptar los dones que se nos regalan y las tareas que se nos imponen. Y así nos convertiremos en participantes, compañeros, peregrinos de camino en el gran plan de Dios para su historia; al encuentro de lo que él ha preparado como salvación para su pueblo y para cada uno. En la medida en que dejamos que nuestra historia individual se inserte en los caminos de Dios con su pueblo, en esa medida irradiará el todo en cada historia de fe particular: que Dios está presente a través de los suyos y los conduce en conjunto y en el todo de la historia hacia la consumación. E irradiará que el ser humano encuentra y gana permanentemente su auténtica libertad solo en este enraizamiento.
¿Hay en la vida puntos nodales?
Pero ¿hay algo así como puntos nodales decisivos en los que el contacto del ser humano con lo eterno irradia de un modo más explícito que en el vivir, trabajar y descansar cotidiano común? Desde siempre el inicio y el fin de la vida, el paso de la infancia a la vida adulta, el encontrarse y unirse de los amantes o también la transformación de la vida mediante una comprensión más profunda de su sentido real, han sido puntos nodales de este tipo, llenos de relevancia. La profunda conciencia del ser humano de ser algo más que un producto de la naturaleza, más que un ente casual que en la corriente biológica de la vida llega y desaparece, ha cargado justo estos puntos nodales de una relevancia en los mitos y los ritos religiosos de los pueblos, que sobresale incluso por encima de los seres humanos individuales. El ser humano sobresale siempre por encima de sí mismo como individuo, es un ser profundamente comunitario y va siempre más allá de sí mismo entrando en su comunidad. Pero va también más allá de sí mismo entrando en eso que se ha creído o pensado como cielo o reino de los muertos.
Cristo ofrece el esclarecimiento y la línea de pensamiento decisiva
Los cristianos creemos entonces que este creer y presentir originario de los seres humanos alrededor de un origen y una meta que va más allá de esta vida, experimenta en el venir de Jesucristo su esclarecimiento decisivo y su orientación decisiva. El mismo Dios viene, se convierte en hombre y muestra con ello de un modo inmejorable quién es el ser humano y quién puede ser realmente. Aún más: Cristo viene del Padre y vuelve al Padre, pero quiere convertirnos de nuevo, como hermanos humanos suyos, en hijos del Padre y reconciliarnos con él. Dios es originariamente el padre de todos los seres humanos, pero la humanidad caída y extraviada ya no sabe de esta filiación originaria. El ser humano vive en estado de alienación, de pecado, de egocentrismo, de miedo a desvanecerse en la muerte. Cristo es, en el sentido más profundo posible, ante todo el Hijo único del Padre. Pero quiere unirse como hermano nuestro a los seres humanos de un modo tal que el Padre vuelva a contemplar en sus criaturas a su Hijo unigénito y se pueda alegrar en ellas. Cristo entra como ser humano permanentemente en su creación; y sigue siendo, también como el Cristo glorificado, ser humano.