La enfermedad profesional
Desde que Stanislavski la colocara como una de las piedras angulares de su método de interpretación, la relajación forma parte de cualquier discusión sobre el trabajo actoral. No siempre, sin embargo, se entiende bien en qué consiste esa relajación, para qué le sirve al actor, cómo debe usarla y cuándo.
Como consecuencia de lo que podríamos denominar la «línea Lee Strasberg» –que va decantándose en los Estados Unidos y de ahí pasa a Europa, y que va apropiándose de buena parte del discurso stanislavskiano–, la palabra «relajación» adquiere una enorme significación.
Strasberg definía la tensión como la enfermedad profesional del actor. Como enfermedad debía ser frontalmente atacada, rigurosamente modificada, dado que su existencia comprometía la recuperación de la emoción en la tranquilidad, que es el fundamento de todo el discurso teórico-técnico nacido con él. Vemos que hay una relación específica entre relajación y emoción: cuando Strasberg habla de tensión y de enfermedad profesional se está refiriendo a la dificultad de que surja la emoción si no es en condiciones de una tranquilidad suficiente. Esta afirmación–la relación causa-efecto entre la distensión y la emoción y el hecho de que la relajación esté necesariamente asociada a la obtención de vida emocional– la podemos poner en cuestión.
Desde este supuesto se podría llegar a afirmar que hay una relajación en la vida y una relajación en el arte;que la relajación en el arte es utilitaria y su existencia está basada en la necesidad de obtener la emoción.
Nuestro planteamiento, en cambio, es distinto. Creemos en una relajación para acceder al conocimiento, y esto es indisoluble al arte que nos ocupa en tanto que el conocimiento es intercambio fluido con lo que se encuentra fuera.
Un actor tenso realiza un mal intercambio. Esto le lleva a una mala asimilación y de ello resulta un personaje mal aprendido en la práctica. A lo sumo racionalizado, pero no generado en un proceso de trabajo.
Son dos posiciones opuestas respecto a la utilización de la relajación. En un caso se trata de recuperar emocionalmente algo ya vivido, mientras que, en el otro, se trata de construir a través del intercambio con lo externo para eliminar las barreras que impiden una correcta interacción.
Distensión y conocimiento
Éste es el objetivo principal de la relajación. Es cuestionable la relación relajación-recuperación emocional, ya que no hay una vinculación, ni orgánica ni psicológica, entre la relajación y la emoción. Eso de que a través de la relajación podamos tener acceso a las vivencias que necesitamos llevar a la escena es un supuesto una y otra vez cuestionado por la experiencia de los actores.
El que sea cuestionado no quiere decir que un correcto estado de relajación no pueda favorecer la aparición de determinadas cosas del mundo afectivo. Pero no llega a ser una respuesta técnica porque en el suceder psíquico hay demasiados contenidos que no están sujetos a la voluntad.
Lo que sí es verificable es la relación entre un buen estado de relajación y un buen conocimiento, y, a través de esto, o asociado a ello, el que se pueda acceder al universo afectivo. La relación entre relajación y conocimiento es una condición irrenunciable. Insisto en que entiendo por conocimiento, intercambio; si no hay intercambio, no hay conocimiento. Uno aprende a salir al encuentro de eso que está afuera, no se prepara para buscar lo que está dentro. Lo que pasa es que saliendo al encuentro de lo que está afuera, uno encuentra cosas de las que están dentro.
Prepararse para ser un buen receptor conduce a favorecer la respuesta inmediata. Tanto desde el punto de vista de la reacción motora como desde el punto de vista de la reacción emocional.
Prepararse para recibir al personaje
La relajación está en función de la apertura al exterior. Este esquema es radicalmente distinto al de Strasberg, en el que la relajación sirve ante todo para la introspección. La relajación busca una relación fluida con el entorno. Más que acceder al interior de uno mismo, debe ser el puente para acceder a lo