Las cosas del mundo
A medida que se aleja del Big Bang, el Gran Relato del Universo relata, precisamente, la aparición de fenómenos nuevos, raros, imprevisibles, como, al principio, las interacciones y la masa; el propio mundo empieza como un acontecimiento de una rareza incalculable. Luego no deja de estallar en contingencias inventivas. Y emergen cuerpos que aumentan de peso y cuya figura se torna compleja. En los inicios aparecen el hidrógeno, el helio, el carbono, el nitrógeno y el oxígeno, con propiedades diversas, y entre ellos se hallarán, más tarde, los principios de la vida. Hay sobreabundancia de estos elementos innovadores. En la hoguera de las galaxias y de las mil nubes dispares y ardientes nacen el hierro, el manganeso, el aluminio... Se despliega poco a poco la serie de los elementos. Siguiendo este Relato —y de acuerdo con la tabla de Mendeleïev, sin embargo periódica— no se pueden deducir de una ley simple las propiedades sucesivas de los cuerpos emergentes, ni la figura que adquieren, en cada caso, la disposición y el movimiento,a menudo estocástico, de las partículas. Cada uno es novedad, brota dibujando un esquema corpuscular inédito, sí, se bifurcabruscamente. Con verdaderos golpes de efecto, el Gran Relato cuenta estos fenómenos contingentes, apariciones de elementos, producciones de figuras: invenciones.
Más adelante, por alianza de estos cuerpos simples, millones de combinaciones harán surgir numerosas moléculas distintas, cuyas fórmulas configurarán una topología exquisita y fuertemente diferenciada:ADN-doble hélice o fulereno-carbón redondo.Emergentes, sus propiedades no son, tampoco, previsibles.
El Gran Relato sigue narrando entonces estas novedades, estas contingencias inesperadas, estas bifurcaciones inéditas, surgidas en y del Universo: masas, interacciones, cuerpos simples, moléculas, galaxias, estrellas, planetas... Una vez más, estalla en invenciones.
¿Qué es entonces, en lo que a nosotros se refiere, pensar? Pensar exige vivir y seguir estas apariciones, estos fenómenos, estas figuras, sumergirse osadamente en el movimiento que las suscita. En cuanto novedades, estos cuerpos simples, estos objetos celestes, estas moléculas de conformaciones deliciosamente plegadas, aparecen como síntesis. ¿Nosotros también pensamos así?
Otra imagen más antigua, usual desde Kant: el ejemplo de la Tierra, el Sol y su movimiento recíproco, ptolemaico o copernicano —no importa—, evoca ahora fenómenos demasiado estables para el lugar que ocupan, demasiado repetitivos en las rotaciones o demasiado recientes en la edad de los astros, dudo si decir demasiado fríos, para figurar de un modo preciso el conocimiento y el pensamiento, que no son, precisamente, sino emergencias infrecuentes y que brotan como llamaradas. ¿Y qué decir, en este caso, del narcisismo cuya jactancia exhibe el sujeto humano ocupando el lugar del Sol? ¡Paranoico, este Yo-Sol! ¿Y qué decir, recíprocamente, del desprecio que arroja a todo objeto del mundo al lugar y la función de un planeta, un satélite, más o menos enfriado