1. La psicopatología más terrible y más amada
En el amplio panorama de las psicopatologías, solo la anorexia mental tiene como consecuencia directa la muerte. Según la Organización Mundial de la Salud, representa la segunda causa de muerte entre los jóvenes, después de los accidentes de tráfico. Es el terror de los padres y la patología más temida por psicoterapeutas, psicólogos y psiquiatras. Las muertes provocadas directamente por este trastorno oscilan entre el 5 por ciento y el 18 por ciento de los casos (Gordon, 2004; Steinhausen, 2002; Steinhausen et al., 2003; Fichter, Quadflieg y Hedlund, 2008; Casiero y Frishman, 2006; Nielson et al., 1988;APA, 2014): desde luego, no es un dato tranquilizador, sobre todo si pensamos que se mantiene invariable desde hace unos decenios. Eso significa que, pese a los progresos en la investigación, las terapias para este trastorno mental en la mayoría de los casos siguen siendo muy poco eficaces y muchas veces no logran limitar y minimizar su peligrosa evolución.
Como veremos detalladamente en las páginas siguientes, en ocasiones el tratamiento terapéutico es justamente lo que agrava el trastorno en vez de hacerlo desaparecer (Dalle Grave, 2015; Steinhausen, 2009; Nardone, Verbitz y Milanese, 1999; Nardone y Selekman, 2001). El otro dato descorazonador es el de la eficacia de las terapias, evaluada internacionalmente por la National Eating Disorders Association (NEDA): los resultados positivos no superan el 40 por ciento de los tratamientos; el 45 por ciento de los casos se cronifica y el 15 por ciento restante, como hemos dicho, tiene un desenlace fatal. No obstante, un débil rayo de luz se vislumbra en medio de la oscuridad de la situación: existen enfoques terapéuticos que constituyen una excepción, ya que garantizan unos porcentajes de curación mucho más elevados, en algunos casos incluso el doble de la media. Divulgar este tipo de terapia es el objetivo del presente libro, que, pese a ser una obra especializada, está escrito de modo que también resulte accesible a un público muy amplio.
Una de las cosas más sorprendentes con que nos encontramos al introducirnos en el mundo de la anorexia es que, contrariamente a lo que nos indica el sentido común, las personas que son víctimas de ella, o pueden llegar a serlo, son justamente las que no temen esta peligrosa enfermedad, porque es la patología másamada y a menudo se percibe como una virtud y no como un trastorno.
Para comprobar la realidad de esta afirmación aparentemente increíble basta acudir a Internet y entrar en los grupos de discusión sobre «Ana», como llaman afectuosamente a la anorexia sus vestales: allí descubriremos un mundo de una absurdidad estremecedora. Las chicas manifiestan un profundo amor a su patología –que se representa como un estado de gracia y de elevación− y se intercambian información sobre las sublimes sensaciones provocadas por su condición. Por otra parte, la abstinencia de comida y de placer se ha considerado desde siempre y en todas las culturas un camino para alcanzar estados de éxtasis de tipo religioso o esotérico.
También hay que saber que el organismo humano, en las primeras fases de fuerte restricción alimentaria y consiguiente pérdida de peso, sufre modificaciones biológicas causadas por el sistema nervioso central: una de ellas es la producción de endorfinas, que provocan estados de bienestar y efectos de excitación comparables a los derivados del consumo de cocaína. Bastaría esto para comprender cuán engañosa y a la vez seductora es esta patología, que corre el riesgo de evolucionar, como ocurre en casi dos tercios de los casos, hacia su peor variante, esto es, comer y vomitar para mantenerse por debajo del peso correcto o para adelgazar, que a su vez se transforma en la irrefrenable compulsión a comer para vomitar como forma de extremo placer (Nardone et al., 1999). Las chicas hablan de la anorexia como de un «irresistible amante secreto», un «acogedor refugio», un «maravilloso compañero de viaje». De modo que no debe sorprendernos esta devoción aparentemente paradójica a la patología mental más peligrosa.
Hay que tener en cuenta, además, el papel bastante relevante que tiene el atractivo social de una enfermedad padecida desde siempre por princesas, actrices y otras mujeres que representan modelos imitables para el mundo juvenil femenino. Y este factor ha cobrado mayor importancia en estos últimos decenios debido a la influencia de la moda sobre las nuevas generaciones. Está a la vista de todos que las modelos que pisan las pasarelas de