: Friedrich Georg Jünger
: Los mitos griegos
: Herder Editorial
: 9788425430695
: 1
: CHF 10.50
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: Allgemeines, Lexika
: Spanish
: 312
: kein Kopierschutz
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
En este libro no se explican los mitos griegos desde una perspectiva científica o filosófica ni tampoco simbólica o alegórica. Friedrich Georg Jünger trata de comprenderlos en su expresividad sensorial, en su corporeidad nítidamente definida, asumiendo al pie de la letra y con exactitud lo que nos ha sido transmitido. A través de la interpretación poética surge una imagen del mito que parece tan plástica y tan viva como las esculturas griegas. Allí radica la novedad y originalidad de este fascinante viaje por la Grecia antigua. La obra está estructurada de un modo arquitectónico, como el propio mito. Por tanto, la primera parte es cosmogónica y abarca desde Caos hasta la caída de Prometeo. La segunda, la teogonía, conforma el centro, el mundo de los dioses. Y desde allí, el camino conduce a los héroes, pues éstos surgen sólo donde hay dioses y están, por tanto, impregnados de un halo divino.

Apolo


«Pues al dios del Ítome le plació la musa pura, con libres sandalias», reza el canto procesional del baquiada Eumelo de Corinto. Itomata se llama el Zeus en honor del cual se celebraba la fiesta Itomea en el monte Itome de Mesenia, donde se le había erigido un santuario. El paso limpio y ligero define a la musa de Zeus; posee la más elevada y exquisita figura y en su modo de caminar se evidencia su recto talle. Estas festivas palabras guardan relación con Apolo, hijo predilecto de Zeus, que aparece como fundador y protector de las artes. Apolo es el conductor de las musas, el señor de las diosas del Helicón que son de origen nínfico, diosas de los manantiales y custodias de las aguas espiritosas e inspiradoras. Él es el musageta que precede al coro de las musas y al que éstas siguen. Así como a las musas se las llama madres y maestras de poetas y aedos, así Apolo, padre de Orfeo y de Lino, es llamado padre del hombre inspirado por las musas. No existe dios que merezca más respeto, ningún conductor ni consejero es más digno de confianza. Así le veneraban los poetas y aedos y los protectores de los talleres artísticos. Con su canto y la cítara evoca el orden de las musas, que es condición de todo orden, pues sin él ningún trabajo, ningún esfuerzo puede ser saludable para el hombre. No se puede honrar el trabajo como tal, no por el hecho de ser trabajo; allí donde esto sucede, todo celo, toda actividad se diluye en las tinieblas; allí se hace visible lo servil y estéril de todo esfuerzo. Lo que las musas acompañan es la actividad alegre; allá a donde huyen, se llevan consigo la alegría. Los tiempos del trabajo no inspirado por las musas son siempre también los tiempos oscuros, tanto para las vidas individuales como para los pueblos; están desmemoriados porque Mnemósine, madre de las musas, no está presente.

El ámbito que preside el dios es ancho y luminoso. Luminoso como el propio Apolo, a quien nada permanece oculto, nada del presente y nada del futuro. Es, como lo define Esquilo, el profeta del padre Zeus cuya voluntad comunica en el santuario de Dodona. De Zeus obtuvo el don del presagio y de él, en cuanto dios présago, depende el oráculo de Delfos. Transferirá este don del presagio a Hermes. De Apolo irradia una luz que difunde su claridad en la oscuridad y que por esta claridad instaura orden. Por este orden las cosas no sólo se separan, de forma que adquieren nitidez y destacan vigorosamente unas de otras; bajo esta luz resaltan también los límites y las medidas. No es la luz de Helio, que aparece girando sobre la tierra, que desaparece y regresa; es una luz que irrumpe desde dentro del dios y que promulga leyes. Es enemigo de lo turbio, lo sordo, lo confuso; al indeciso, al ambiguo y vacilante le sale al encuentro como dios de la decisión. En él se encuentra el hilo conductor del conocimiento. Su poder anula el peso de la oposición desidiosa y pesada, su orden consiste también en hacer transparentes las condiciones difíciles y opresivas que advienen al hombre. El dios comunica a sus favoritos su propia ligereza y su aplomo, la fuerza en suspenso de su pie destinado a la danza. No se demora en los interregnos en los que surgen y pueden ver las quimeras, ni tampoco gobierna en el reino de la u