Así no se empieza
La literatura es intolerante a la domesticación, a cualquier raíz o significado determinado: no tiene casa, vive en moteles.
Juan Evaristo Valls,Metafísica de la pereza
Me imagino a Artemisa sentada en un acantilado de Valdoviño, en Galicia, contemplando la niebla. Está bebiendo una copa de vino, no un vaso de agua como cuenta la historia. Ha disuelto en el vino un puñado de las cenizas de Mausolo, su marido, recientemente fallecido. Mientras permanezca una migaja de polvo, un rastro animal de Mausolo, el amor que los unió todavía puede engullirse, masticarse, saborearse. Los vecinos rumorean que ha perdido la cabeza. La llaman la viuda caníbal. Tan desprotegida por la razón, tan desolada, que la pobre se bebe a sus muertos. Pero Artemisa bebe lo muerto para devolver el amor a su fuente. Está bebiendo a Eros, no a Tánatos. Su necrofagia es una consecuencia de suerofagia.
En la versión gallega de esta historia, Artemisa no bebe su copa como si tomara un ansiolítico. No participa del Eros de la claustrofobia. Bebe a su esposo como un acto simbólico de despedida, practica el ritual consciente de dejar ir el cuerpo amado a través del suyo propio. Para liberarse de él, lo introduce dentro de sí. Podría interpretarse como un gesto de respeto y complicidad, pero no por ello causa menos espanto. Los vecinos de Artemisa no están locos, ni son unos puritanos. Son personas sensatas que no pueden comprender que esa mujer se entregue de pronto a canibalismos voluntarios. A menos que la razón sea patológica y el dolor la haya trastornado.
El gesto de Artemisa nos sitúa en la frontera entre la animalidad y la mística, dos espacios que comparten continuidad y generan rechazo por motivos solidarios. En esa frontera se terminó el gobierno humano; no hay palabras que puedan salvarnos. En los límites entre el amor y la muerte, la ceniza y el cielo, lo mundano y lo trascendente, hay que ser Dios-animal para sostenerse. Y no dejarse domesticar por el reclamo de ninguna mitad.
Artemisa está tan sola en mi imaginación como lo está en lasNoches áticas de Aulo Gelio. Hoy no le habría bastado con beberse el cuerpo de Mausolo. Para fusionarse de verdad con su marido, tendría que haberse tragado susmartphone. Algunos filósofos están convencidos de que este dispositivo se ha convertido en una extremidad de nuestro cuerpo, en una parte activa de nuestra mente. Defienden que el robo delsmartphone debería considerarse una agresión a nuestrapersona, como si nos estuvieran robando una mano. Ahora elsmartphone es parte del cadáver. Artemisa, disuélvelo en el vino. Brinda por Apple.
Lo cierto es que en el sigloxxi, Artemisa no tendría por qué beberse a nadie. Podría convertir a Mausolo en unchatbot y seguir hablando con él tras su muerte. El propio Mausolo podría haber entrenado a estebot antes de morir, compartiendo con él cantidades indecentes de información privada. Con el dinero suficiente, podría haber entrenado a un avatar encargado de sustituirlo tras la muerte. Uncibergemelo que distrajese a Artemisa del carácter irremplazable de la pérdida. Estaría diseñado según su apariencia física, programado para hablar tal y como lo haría él mismo. Mausolo pasaría a ser uno de esos muertos que se niegan a descansar, Artemisa pasaría a ser una de esas personas que no saben a quién llorar ni a quién extrañar. Después de un tiempo relacionándose con el Mausolo digital, su memoria estaría tan violada, tan confusa, tan errática, que no podría conciliar el dolor de lo irremplazable con ese imitador que