Introducción
Como el buen escriba que saca del arca lo nuevo y lo viejo (Mt 13,52), muchas miradas se vuelcan sobre la Palabra todos los días esperando encontrar en ella una luz para la vida. Por encima de cuestionamientos, abandonos, traiciones, el libro más vendido es el más leído y el más amado. Por eso mismo, las páginas que siguen han brotado del amor y pretenden amor. Su evidente posicionamiento crítico deriva del amor. Vemos en la Biblia las palabras del «gran regalo» del amor. Esa es la correcta perspectiva1.
1. En busca de un sueño
Más allá de rutinas y servidumbres, como luego diremos, nuestro tiempo bíblico es tiempo de intentos, de anhelos, de perseguir sueños. Los intentos llevan dentro el dinamismo de la promesa. Y por ello, se consiga o no lo perseguido en el intento, puede ya computarse como un logro. Intentar leer los textos de siempre con los ojos nuevos de cada mañana es ya un logro que, sin duda, se plasmará en lecturas iluminadoras. Es tiempo de amorosa insistencia2.
El anhelo de una luz que disipe las sombras del caminar humano es también un dinamismo del corazón a la hora de volcarse en la Palabra. Necesitados de luz como del pan de cada día. Mendigos de la luz en cada amanecer3. Nunca se logrará el anhelo de conocer el sentido profundo que el escritor quiso dar al texto. Pero borrar este deseo del horizonte de lectura sería una pérdida4.
Escudriñar la Palabra para encontrar vida (Jn 5,39). Ese ha sido también un conocido dinamismo que no ha abandonado nunca los esfuerzos de muchos trabajos bíblicos. El exégeta entiende que el texto es, en primer lugar, instancia de vida para él. Si solamente lo toma como ámbito de explicación literaria o de elocuencia, estamos en la «apariencia de sabiduría» que empobrece la exégesis porque se desconecta de su alma5.
Más aún, se puede decir que hacer exégesis es, de algún modo, caminar tras un sueño, no tanto el de entender a Dios, cuanto a la persona en la aventura de su historia, el sueño enorme de cómo y por qué late el corazón del cosmos6. Sueños de proporciones inconmensurables que han venido a instalarse en el corazón de muchas personas. ¿Quién los ha engendrado? ¿Quién los ha inoculado? ¿Quién ha hecho creer que eran posibles? Nadie reclama la autoría de estos interrogantes. Pertenecen al fondo desconocido del tesoro de la vida. Pero ahí están.
Intentar, anhelar, iluminar, soñar: he ahí los dinamismos profundos de quien trabaja la Palabra. Si esas fuerzas no obraran en el fondo de la exégesis, sería letra muerta, letra que mata (2 Cor 3,6). ¿Cómo hacer una exégesis despierta? Del mismo modo que hablaremos ulteriormente de «mística de ojos abiertos», habría que hablar de una exégesis despierta y para despiertos.
2. Servidumbres
La exégesis, en la medida en que está inserta y forma parte del sistema, está expuesta a muchas servidumbres. Es necesario ponerlas a la vista, no para cebarse en ellas, sino para estar alerta. La más común es la rutina, la repetición sin fin de las explicaciones obvias, tópicas, siempre admitidas. Son explicaciones que fatigan al lector porque, antes, han brotado de la fatiga del exégeta. Ha muerto el «ardor» de una palabra viva que cautive a quienes desean vivir7. Creen que ya nada nuevo puede decir la Palabra al ciudadano de hoy porque no se lo dice a ellos mismos.
Una segunda servidumbre es el sometimiento al sistema ideológico sin el esfuerzo del discernimiento. Esta act