CAPÍTULO UNO
LARGA VIDA Y PROSPERIDAD, PEQUEÑO SALTAMONTES
Cuando pienso en la espiritualidad y en los años setenta, me viene a la mente una palabra en particular. Y no es «meditación», ni «LSD», ni «gurú», ni «incienso», ni «chakras». Es «televisión».
En los años setenta pasé mucho tiempo mirando la televisión. Y cuando digo mucho quiero decirmucho.
Solía ver las grandes series comoM.A.S.H.,Todo en familia,El showde Mary Tyler Moore yEl show de Bob Newhart. Series que me inspiraron a esforzarme para convertirme, eventualmente, en uno de esos memorables personajes secundarios graciosos de las series cómicas que me encantaban y me hacían reír con tanto entusiasmo delante de nuestra tele en blanco y negro.
Pero también me atraían esos programas porque en ellos había familias muy reales, imperfectas como la mía, con las que me resultaba fácil identificarme.Anhelaba no vivir con mi familia disfuncional, sino conMeathead y Gloria en Queens, o ser un paciente de Bob Newhart en su consultorio de Chicago, o un practicante en el programa de Mary Tyler Moore. Incluso hubiese aceptado ser reclutado y tener que limpiar letrinas en la unidad 4077 de M.A.S.H., en lugar de tener que comer un extraño pastel de carne preparado sin amor con la familia Wilson de Lake Forest Park (Washington).
¿Acaso no es ése el motivo por el cual tanta gente mira la televisión? ¿Por el que vemos maratones de nuestras series favoritas repetidamente? No importa cuál sea el contexto (una comisaría de policía, una nave espacial, una empresa papelera), anhelamos pasar tiempo con esas graciosas familias de ficción, amorosas e imperfectas. Quizás incluso un poco más de lo que anhelamos estar con las nuestras.
Pero, cuando miro hacia atrás a través de la niebla amarilla del tiempo y recuerdo esa década, hubo dos series que influyeron en mi identidad y en mi viaje espiritual. Y, por muy loco que parezca, también creo que esas dos series,Kung Fu yStar Trek, definen y ponen en perspectiva cuál es la realidad de nuestro viaje espiritual.
La primera de estas series,Kung Fu, era una obra de arte, un programa que definía a los años setenta y reflejaba sus valores y sus entrañas. Originalmente concebida por el gran Bruce Lee (luego otros se la apropiaron o la robaron),Kung Fu, seguía a Kwai Chang Caine, el hijo huérfano de un hombre blanco y una mujer china, que creció en un monasterio shaolín en China a finales de 1800, al que llamaban «pequeño saltamontes» y que aprendió a luchar con gran destreza. Cuando ya es un adulto en el sigloxix, viaja a Estados Unidos en la época de los vaqueros del Lejano Oeste en busca de su medio hermano, Danny Caine y es un extraño en una tierra más extraña aún.
Dondequiera que fuera Kwai Chang Cain (llamémoslo KCC), llevaba su claridad moral, su sabiduría oriental y su iluminación espiritual al violento caos del Lejano Oeste. Cada episodio incluía algún tipo de dilema moral y alguna forma de injusticia social en la que KCC defendía a los débiles, al principio de una forma pacífica, usando un gran razonamiento y una gran compasión, y finalmente culminando en la gran pelea omnipresente en la que «un monje kung fu llevado al límite se enfrenta