Se presenta aquí el segundo de los volúmenes en el que desarrollo la teoría que nos permita comprender y analizar el problema del mal:Sociogénesis del mal, la continuación deUna teoría de la acción malvada. En esta última, tal y como quedó anunciado, se justificaba la pertinencia de la pregunta por el fenómeno del mal, más aún en nuestros tiempos actuales; se circunscribía su estudio a la esfera de la moral y de la política; quedaba expuesta no solo la existencia real de aquello que hemos denominado «mal», sino también la necesidad de un término con el que recogerlo y dar cuenta de él —enfrentándome, en este sentido, a aquellos negadores o escépticos de la cuestión—; y, en definitiva, se proporcionaban de una manera crítica las herramientas más teóricas y analíticas con las que poder elaborar lo que juzgo el corazón que late en las profundidades de este planteamiento: una teoría de laacción malvada. En otras palabras, en la conclusión de las dos partes que componían el volumen anterior se había establecido ya el armazón teórico —si se quiere, más especulativo— con el que sustentar la teoría, toda vez que el orden lógico de análisis llevaba a que el estudio de la acción malvada debía anteceder al de la personalidad e instituciones malvadas. Al fin y al cabo, y aunque estos tres elementos —acción, personas e instituciones— compongan una red intrínsecamente ligada, enjuiciamos de manera racional y apriorística que una persona malvada es aquella que comete —o intenta o permite— acciones malvadas, y que las instituciones malvadas son aquellas que tienen en su seno personas malvadas y, como veremos, «hacedores del mal». Por lo tanto, asentada la teoría, y a fin de no dejarla huérfana ni de edificar tan solo una «ciudad en las nubes», restaba por ver sus aspectos e implicaciones prácticas. Este es el objetivo al que, precisamente, se dirige este volumen: el estudio de lo que podemos denominar «sociogénesis del mal».
Tras bosquejar entonces las dos partes que siguen, y que vienen a complementar las del volumen anterior para conformar un todo orgánico, en la tercera expongo y desarrollo mi explicación de la personalidad malvada, en la que recupero un criterio cualitativo; es decir, al contrario de lo que ocurría en el caso de las acciones —en el que la acción malvada se diferenciaba cuantitativamente de otro tipo de inmoralidades—, considero que para juzgar a una persona comomalvada esta debe tener algún tipo de cualidad especial —como puedan ser sus motivaciones e intenciones, su hábito de hacer el mal, etc.—que lo distinga del resto de infractores, delincuentes o de las personas normales. Esto supone diferenciar a aquellas personas que, sin ser malévolas, realizan o han realizado de manera puntual alguna acción malvada —evildoers— de las que son intrínsecamente malvadas y perpetran —o tratan de perpetrar o consienten— el mal por hábito o costumbre —evil people—; lo que implica, a su vez, otra de las tesis que sirven deleitmotiv en este apartado: la potencialidad de cualquier persona de hacer el mal. Lo que pretendo decir con ello es que el mal no está solo en posesión de unos cuantos, como se ha creído durante mucho tiempo; no solo unos pocos individuos o grupos tienen la capacidad de obrar el mal, sino que esta se encuentra presente en cada uno de nosotros. No digo con ello que toda persona vaya a hacer el mal, pues la historia ha demostrado que no pocos se han mantenido fieles a virtuosos principios y valores morales, y han afrontado cualquier riesgo y consecuencia antes que perpetrar o consentir una maldad. Pero, al igual que las grandes desgracias han mostrado ejemplos de nobleza y bondad, también han revelado que individuos corrientes y en apariencia normales son capaces de cometer las peores atrocidades; acontecimientos como el Holocausto y experimentos sociales como los de Milgram y Zimbardo dan buena cuenta de ello. En relación con esto, y con el propósito de evitar cualquier tipo de extremismo y de confusión, esta parte concluye advirtiendo en contra de la demonización de los denominados «monstruos morales»: si queremos comprender y combatir de un modo apropiado el mal —que no necesariamente perdonarlo— se debe tener presente que los individuos malvados no son criaturas extrañas, míticas o fantásticas ajenas a nosotros, como tampoco son seres carentes de lógica y racionalidad, aunque hablemos así de ellos de manera metafórica. Ciertamente, no son personasrazonables; pero ningún determinismo las empujó a ser así, sino quellegaro