: Paul Watzlawick
: El lenguaje del cambio Nueva técnica de la comunicación terapéutica
: Herder Editorial
: 9788425429293
: 1
: CHF 9.90
:
: Angewandte Psychologie
: Spanish
: 176
: kein Kopierschutz
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Las características esenciales del lenguaje de la comunicación terapéutica, ya conocidas por los presocráticos, han sido objeto, a lo largo de las últimas décadas, de penetrantes investigaciones en diversos aspectos de la vida y de la experiencia humanas. Lo que aflora a la superficie, procedente de aquellos ámbitos que por su singular y extraño carácter se consideran zonas profundas de nuestra mente, se traduce posteriormente en la conversación terapéutica al lenguaje de la razón y de la conciencia. Según Watzlawick, es este oscuro y, a menudo, extravagante lenguaje el que ofrece la llave hacia aquellas zonas en las que verdaderamente puede producirse el cambio terapéutico. El autor, una de las figuras clave en el desarrollo de la Teoría de la comunicación humana y referente imprescindible en el campo de la terapia familiar y sistémica, ofrece al lector una gramática introductora que permite captar la esencia de este lenguaje del cambio y aplicarlo posteriormente a aquellos pacientes que sufren bajo el peso de su concepción del mundo.

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A TÍTULO DE INTRODUCCIÓN

Se puede quitar a un niño las verrugas, mediante el recurso de «comprárselas». Para ello, se le da una moneda por su verruga y luego se declara que ya es de la persona que la ha comprado. Generalmente, el niño pregunta, divertido o extrañado, cómo se le puede quitar la verruga y entonces se le responde simplemente que no tiene que preocuparse, que la verruga misma se irá pronto, y por sí misma, al nuevo propietario.

Aunque es bien conocida, desde tiempos remotos, la eficacia de toda clase de tratamientos mágico-supersticiosos de las verrugas, no existe —y en concreto para el mencionado ejemplo— una explicación científica. Retengamos esto: sobre la base de una interacción simbólica absolutamente absurda, se produce un resultado totalmente concreto. Se contraen los vasos sanguíneos que irrigan esta excrecencia de origen viral y en definitiva se reseca el tejido, como consecuencia de una insuficiencia de oxígeno. Es decir, la aplicación de una comunicación interpersonal específica lleva aquí no a un cambio de opinión, de intenciones o sentimientos del compañero de diálogo, tal como puede observarse y conseguirse miles de veces en la vida cotidiana, sino a un cambio corpóreo que «normalmente» no puede producirse de forma voluntaria.

Y a la inversa, es bien sabido que los fenómenos psíquicos nos causan enfermedades físicas, que pueden, por así decirlo, inducirnos la enfermedad por hipnosis propia sin saber —al igual que nuestro Monsieur Jourdain— que dominamos y hablamos esta «prosa» patológica en la comunicación con nosotros mismos. Lo cual equivale también a decir que —fieles al principiosimilia similibus curantur— tiene que ser posible poner este mismo lenguaje al servicio de la curación.

O, para expresar esta reflexión con palabras algo diferentes: existen innumerables ejemplos que muestran la eficacia — determinante, amenazadora o salvadora— que pueden tener las emociones, concepciones, esperanzas y, sobre todo, las influencias de otros hombres. No es preciso aducir aquí los casos excepcionales y exóticos, tales como las consecuencias concretas de maldiciones dramáticas que se dan, por poner un ejemplo, en el fenómeno de la muerte vudú, o los resultados, muchas veces increíbles, conseguidos por los curanderos, para comprender que tiene que existir un «lenguaje» que causa estos efectos. Es, por consiguiente, razonable admitir que este lenguaje puede investigarse y aprenderse, al menos dentro de unos ciertos límites1.

En consecuencia, este aprendizaje y su aplicación pasa a convertirse en objetivo evidente y urgente de una terapia que concede importancia al poder concreto, casi diríamos manual, y que saluda con escepticismo los entusiasmos esotéricos de algunas modernas doctrinas psicoterapéuticas. Y, yendo todavía más lejos, me atrevería incluso a afirmar que, a la hora de aplicar este lenguaje, es secundario que el terapeuta se adscriba a esta o aquella teoría terapéutica, y más aún, que probablemente la mayoría de los asombrosos e inesperados resultados del tratamiento, para los que las correspondientes teorías no ofrecen explicación suficiente y que, en cierto modo no «deberían» propiamente haberse producid