Las muchachas
Una suerte de conferencia
Deambulan demasiado por las calles.
Coquetear puede ser muy infructuoso. Pero pasear es, sin lugar a dudas, algo muy simpático.
Las muchachas más simpáticas, hermosas, graciosas y fascinantes están expuestas a «quedarse para vestir santos». Sé que soy cruel, pero me gusta. Hay una cualidad que, para la mujer hermosa, puede ser de más provecho que la buena presencia. A menudo me cruzo con una mujer de belleza excepcional; me obsequia siempre con algo muy grande: ¡su mirada!
Uno tiene mucho éxito al pasar, aunque sólo sea efímero. En la calle se conoce a poquísimas personas.
Las muchachas no se fían de los admiradores, sino de los valientes; no de los que disfrutan, sino de los que se abstienen; no de la mirada, sino de la conducta. El mejor modo de comportarse con las muchachas buenas es no considerarlas tan buenas. La confianza ciega no tropieza con la confianza. Quieren que les descubran el juego y las respeten por ello.
Durante meses ignoré a una bailarina. Y el desdén hizo que me tomara confianza.
Todas las muchachas aspiran al amor y a inspirar amor al mismo tiempo. Les gusta quejarse; decepcionarlas es casi como hacerles un favor. El dolor les sabe a gloria. Quien se muestra poco cariñoso tiene perspectivas halagüeñas. Quieren divertirse para poder enamorarse de un hombre aburrido, y aburrirse para poder enamorarse de uno divertido.
Les gusta la ligereza, el aplomo les impone. Nada les gusta más en un hombre que la serenidad; tienen celos de esta rival invisible, y con razón, pues está de buen ver.
Una vez le hice un regalo a una muchacha. Entonces dejó de ser amable conmigo porque, habiéndome tenido antes por un tacaño, me consideraba ahora desprendido.
Uno puede disgustarlas con gentilezas, y despertar su devoción con indolencia. Por su parte, también ellas nos gustan más si no nos miran o son desagradables con nosotros.
Quieren inseguros al descarado y al seguro de sí mismo, y seguro de sí mismo al tímido, y se ríen de ti si no les das pie a someterte, no te saludan porque quisieran hacerlo, pasean su luto cuando les impones respeto, y tan pronto pueden admirar como aborrecer al indeciso.
–¿Por qué será que me entiende usted tan bien? –me preguntó hace años una muchacha, sorprendida ante el inexperto modo de expresarme.
A menudo los enemigos nos entienden mejor que los amigos. Los que piensan no siempre son amables, aunque por lo general sí razonables. El malentendido tiene, sin embargo, tanto valor como la comprensión. Si mal no las comprendo, tienen ganas de ajetreo, quieren que las conmuevan, quieren darnos algo.
Su sueño es agradar.
La única
Conozco a una dama importante a la que le han dedicado versos, que no los escribe y que, no obstante, es un poema, lo que para un poeta es muy importante. Si uno se comporta con insolencia, ella se limita a mostrar un magnífico asombro. La he cantado ya algunas veces, aunque no las suficie