: Joyce Carol Oates
: Dame tu corazón
: Gatopardo ediciones
: 9788417109165
: 1
: CHF 9.30
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 344
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
La necesidad de amor -obsesiva, autodestructiva, impredecible- nos conduce a lugares prohibidos; así sucede en el mundo escalofriante de Dame tu corazón, esta colección de relatos de la inimitable Joyce Carol Oates. En estas diez magníficas historias nos encontramos con niños que escapan al control de sus padres; cónyuges que se despiertan un día y descubren que apenas se conocen; pasados obsesivos que interfieren en futuros inciertos y también con la certeza de que aquellos que tenemos más cerca pueden ser quienes nos hagan más daño. Historias sobrecogedoras capaces de despertar nuestras pasiones más profundas.

(Nueva York, 1938) ha cultivado todos los géneros literarios: novela (Qué fue de los Mulvaney, Blonde, La hija del sepulturero, Hermana mía, mi amor, Ave del paraíso, Carthage); relatos (Infiel, La hembra de nuestra especie, Mágico, sombrío, impenetrable); ensayo (Del boxeo); autobiografía (Memorias de una viuda); poesía (Women In Love and Other Poems, Tenderness); teatro (The Perfectionist and Other Plays) y libros para jóvenes (Como bola de nieve, Monstruo de ojos verdes, Sexy). Su obra es extensísima. En la actualidad enseña escritura narrativa en la Universidad de Princeton (Nueva Jersey). Ha sido galardonada con numerosos premios, entre ellos el National Book Award, el PEN/Malamud Award y el Prix Femina étranger. Desde 1978 es miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras, y desde hace unos años es una permanente candidata al Premio Nobel de Literatura. De la misma autora, Gatopardo ediciones ha publicado Dame tu corazón (2017), Desmembrado (2018) y Persecución (2020).

Dame tu corazón

Querido doctor K:

¡Cuánto tiempo ha pasado! ¿A que sí? Veintitrés años, nueve meses y once días.

Desde la última vez que nos vimos. Desde la última vez que me viste, tal como vine al mundo, sobre tus rodillas desnudas.

¡Doctor K! No pretendo que este saludo formal sea un halago, ni mucho menos una burla; por favor, compréndelo. No te escribo después de tantos años para pedirte un favor poco razonable (confío), ni para exigir nada, sólo para preguntarte si, en tu opinión, debería cumplir con el trámite, y tomarme la molestia, de cursar la solicitud para convertirme en la afortunada receptora de tu órgano más preciado, tu corazón; si después de tantos años puedo aspirar a cobrarme lo que me corresponde.

Me he enterado de que tú, el prestigioso doctor K, eres de los que han tenido la generosidad de firmar un «testamento vital» para donar tus órganos a quienes los necesiten. Nada de cosas anticuadas y egoístas como un funeral y un entierro en el cementerio para ti, ni siquiera una incineración. ¡Bien hecho, doctor K! Pero yo sólo quiero tu corazón, no tus riñones, tu hígado o tus ojos. A ésos pienso renunciar en beneficio de otros que los necesiten más que yo.

Por supuesto, mi intención es presentar mi solicitud como lo hacen otros en casos médicos similares al mío. Ni se me ocurriría esperar cualquier tipo de favoritismo por mi parte. La petición propiamente dicha se haría a través de mi cardiólogo. «Mujer de raza blanca, de mediana edad, bien conservada, atractiva, inteligente, optimista, pero con una cardiopatía; aparte de eso, goza de perfecta salud.» No se haría mención alguna de nuestra antigua relación, por mi parte al menos. Aunque tú, mi querido doctor K, como un posible donante de corazón, sí podrías indicar tu preferencia, digo yo.

Todo eso, sin duda, saldrá a la luz cuando mueras, doctor K. ¡Por supuesto! Ni un segundo antes.

(Sospecho que no eres consciente de que tu sino es morir pronto, ¿no? De que te queda menos de un año. De que tendrás un accidente «trágico» e «insólito», tal como lo describirán. De que supondrá un final «irónico» y «espantoso hasta lo indescriptible» para una «carrera brillante». Todo eso no lo sabes, ¿no? Siento no poder ser más específica con respecto a la fecha, el lugar, los medios; ni siquiera sobre si morirás solo o con uno o dos miembros de tu familia. Pero he aquí, precisamente, la verdadera naturaleza de unaccidente, doctor K. Es una sorpresa.)

¡No pongas esa cara de pocos amigos, doctor K! Todavía eres un hombre apuesto, y todavía presumido, pese al cabello canoso y cada vez más escaso que, al igual que otros hombres presumidos que pierden el pelo, te has aficionado a peinarlo de lado sobre tu reluciente calva, imaginando que, si tú no eres capaz de advertir semejante ardid en el espejo, los demás tampoco.Pero yo sí lo veo.

Tus dedos torpes se desplazarán ahora hasta la última página de esta carta para ver mi firma —«Ángel»— y de repente te verás obligado a recordar…, con una punzada de culpa.

¡Es ella! ¿Sigue… viva?

¡Pues sí, doctor K! Más viva que nunca.

Como es natural, habrás llegado a imaginar que había desaparecido, que había dejado de existir, puesto que dejaste de pensar en mí hace tantísimo tiempo.

Estás asustado. Tu corazón, ese órgano culpab